lunes, 25 de febrero de 2008

Parábola del dueño de casa y llegada del ladrón (Mateo 24, 42-44, Lucas 12, 39-40)

El mensaje de este relato es simple. Hay que estar preparados para cuando nos llegue el momento de enfrentarnos a Dios. Y nos dice que tenemos que tomar en cuenta que no sabemos cuándo llegará esa hora. Jesús les dijo a sus discípulos esto mismo en diferentes ocasiones. Una de ellas fue cuando le preguntaron que cuándo establecería el Reino de Israel. Cristo les contestó que no les era dado saber esa información. Eso le pertenecía sólo al Padre. Ni siquiera el Hijo sabía eso. No obstante, en el discurso apocalíptico o escatológico, Jesús les dio coordenadas para saber cuándo ocurrirían esos eventos.

Los seres humanos actuamos como si todo dependiera de nosotros. No vemos claramente que es Dios quien tiene todo en su mano. Lo hacemos en todos los órdenes. Si estamos enfermos, vamos al médico sin antes encomendarnos en las manos del Padre. Solo si nos desahucian o encaramos un problema mayúsculo, entonces vamos a Dios. Siempre recuerdo el caso de un amigo muy querido. Él siempre se cantó como ateo. No creía en Dios, pensaba que la Iglesia era una entidad malévola, y entendía que todo lo que importaba subsistía de manera material. En una ocasión se enfrentó a un problema muy grave. No encontraba cómo solucionarlo, y se sentía desesperado. Una noche, su esposa lo encontró en el baño, llorando y “hablando solo.” Cuando ella le preguntó qué hacía, él le respondió “estoy rezando.” Ella le dijo: “Pero si tú no crees en Dios, ¿a quién le rezas?” Él le contestó que no encontraba qué hacer. Nuestro espíritu está conectado con Dios, él sabe por qué hacemos eso.

En su libro Todo problema tiene una solución espiritual, el Dr. Wayne Dyer nos dice eso mismo, que el espíritu soluciona todos los problemas. No estamos en contacto directo con Dios para saber eso. Tendríamos que preparar nuestra alma todos los días para ese encuentro con Dios. San Vicente de Paúl se preparaba cada noche para morir. Curiosamente duró 79 años en una época en la que la media de vida era de 45 años. Tanto Santa Teresa como Santa Teresita del Niño Jesús, cada una por su parte, expresa el ánimo que tienen de morirse para irse a morar con el Señor. Nosotros, al contrario, siempre le tememos horriblemente a la muerte. Pensamos en que todo se acabará, a pesar de las muchas pruebas que poseemos de que existe la vida más allá de la muerte.

El encuentro con Dios nos espera en cualquier momento. Lo importante no es saber cuándo será, sino si estamos listos para verlo cara a cara. Cuando fungía como servidor en Casa Manresa, uno de los sacerdotes, el padre Fernando (no recuerdo ahora su apellido), sufrió un accidente de tránsito. Uno de sus hermanos sacerdotes le preguntó en su cama, “¿cómo está, padre?” Y él respondió: “Todo está listo.” Dos días después murió. Me apenó mucho el suceso porque era uno de mis confesores cuando iba a servir en los retiros. Era un hombre muy bueno, un magnífico sacerdote. Supongo que por eso dijo, “todo está listo.” Nada tenía que reprocharse, había vivido su vida para servir a Dios. Eso es todo, servir a Dios y al prójimo. Cuando nos examinen del amor, como dice la canción, la consigna debe ser “he hecho lo que tenía que hacer, soy un siervo inútil.” Como decía San Francisco de Asís. Y Dios sabrá por dónde empezar a juzgarnos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Parábola del rico tonto (Lucas 12: 16-21)

Hoy nos encontramos con una de esas enseñanzas que permean toda la escritura. El rico tonto pone toda su confianza en las riquezas, sin pensar en que cualquier día pierde la vida y todo lo que acumuló se pierde o lo desperdician personas que no lo sudaron. La avaricia se yergue como uno de los pecados capitales. La gente que pone su vida en ganar dinero para solamente tenerlo se convierte en esclava de ese dinero. Su existencia gira en torno de proteger esa riqueza material de cualquier eventualidad. Sé de seres humanos que mueren en la ignominia y luego se descubre que debajo de un colchón de la cama había $80,000.00 o más. Sé también de gente que deja pasar hambre a su familia y luego al morir su familia toma el dinero y lo gasta en frivolidades, para después irse a la bancarrota porque se han quedado desprotegidos.

El amor al dinero, para mí, es la fuente de mucho pecado en este mundo. De la misma manera que siento que el ego es el culpable de que los seres humanos seamos así, creo que el materialismo se ha tornado en el peor de los males de este orbe. He ido a países donde la pobreza sume en sus garras a la mayoría de la población. Sin embargo, se palpa en su gente una alegría que en los países desarrollados no existe. Creo que a eso se refiere Jesús cuando dice que los pobres son bienaventurados, y que de ellos es el Reino de los Cielos. Si lo coloco en el contexto de hoy, puedo llegar a la conclusión de que los pobres saben en realidad qué es la felicidad aquí en la tierra si son conscientes y aceptan esa pobreza.

Aceptar la pobreza no es fácil. No se trata de vivir en la ignominia por el puro placer de vivir en ella. Si nos toca esa suerte, lo mejor es conformarnos, y vivir de acuerdo con nuestros medios. No obstante, vivir en la pobreza significa en primera instancia no aferranos a las cosas materiales, simplificar nuestra vida al máximo para no necesitar cosas que en realidad no son necesarias. Hace un tiempo una persona me dijo que hoy día una videocasetera era una necesidad en todo hogar. Él tenía una en cada habitación de la casa, "por si acaso." El comercio ha logrado convertir todas las comodidades en necesidades. De esa manera un estudiante prefiere tener un teléfono celular y pagarlo todos los meses que comprar un libro de texto para una clase que le servirá para toda su carrera. Hay gente que prefiere comprar un carro nuevo, caro, y meterse en una deuda que no puede pagar, a arreglar su carro viejo y usarlo hasta que ya no pueda más. Lo curioso es que acompañado de ese afán de tener cosas nuevas y lujosas, está el afán de aparentar tener dinero.

Tener dinero es sinónimo de tener poder en esta sociedad. Y por supuesto la gente necesita tener poder. Queremos que nos distingan en los lugares, que nos den los mejores puestos, que nos hagan descuentos porque somos importantes. Y damos la vida por eso. No nos damos cuenta de que las riquezas materiales nos pasan la cuenta después de todo. Cuando otros se dan cuenta de que tenemos dinero o posesiones materiales, entonces nos quieren robar, o quitarnos la vida que llevamos. Hay lugares donde secuestran a la gente para pedirles dinero a los familiares. Los que más tienen, más pagan. Sus casas son más caras, pero tienen que pagarlas. Pagan más contribuciones. Y el afán de no querer vivir más sencillamente los pone en la posición de estar protegiendo todo lo que tienen. Entonces tienen que pagar seguros de todas clases. Si seguimos, no terminaríamos. Las riquezas nos hacen sus esclavos.

Si las tenemos, debemos compartirlas con los que no tienen. Así Dios nos recompensará. Dios recompensa al dador alegre, dice la Escritura. Pensemos que nuestro corazón está donde está nuestro tesoro. Que no sea éste una cuenta de banco o un Porsche, sino el Reino de Dios.

sábado, 16 de febrero de 2008

Parábola del remiendo nuevo (Mateo 9: 16, Marcos 2: 2, Lucas 5: 36)

Ésta es otra de esas parábolas cortitas de Jesús. Son meras comparaciones que el Maestro hacía para instruir a la gente. No usaba palabras estrambóticas ni sofisticadas para que la gente sencilla lo entendiera. Por esa razón usa en este caso una analogía con el mundo de la costura. Literalmente significa que poner un paño nuevo en un traje viejo es un error porque el paño nuevo desgarrará el traje.
En primera instancia Jesús les dirige estas palabras a los fariseos, por prácticas antiguas. Estas eran tradiciones viejas que debían ahora ponerse en el contexto de una nueva espiritualidad. Cristo venía a traer una nueva visión de la Ley. En el Sermón de la Montaña Cristo establece varias maneras de seguir la Ley en el espíritu, y olvidarse de la letra. Él sabía que los fariseos cargaban a la gente con ritos que ni ellos mismos podían llevar a cabo. Sabía que habían convertido esas prácticas rituales en el objetivo de la espiritualidad. Y culminó diciendo que la Ley era simplemente amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. De ahí que continuar con esas prácticas cuando Jesús ya había revisado esos estatutos constituía simplemente un desacierto. La nueva religión debía prescindir de todos aquellos reglamentos que habían sido impuestos por el ser humano. Algunos de ellos son leyes del mundo hoy día. Algunos incluso se han vuelto leyes injustas, como ha pasado con la ley del talión: "ojo por ojo, diente por diente." Con este dictum judío, hemos entronizado la pena de muerte. En un principio, esto era sencillamente un estatuto de retribución justa: si matas mi cabra o mi vaca, me devolverás lo mismo. Eso era todo. Después se convirtió en lo que ya sabemos, una ley de venganza.
Hoy día existen personas que creen que son cristianos pero siguen a pie juntilla los reglamentos del Viejo Testamento a pesar de lo dicho por Cristo y por San Pablo en sus cartas. Es como si dijeran que lo que estos dos sabios han dicho no importa, que sólo importa lo que dijo Moisés.
En nuestra vida diaria esto se refiere a dejar el pasado atrás. El pasado puede convertirse en un lastre inútil si se lo permitimos. Sé de gente que nunca deja de vivir en el pasado. Se culpan toda la vida por cosas que ya no tienen remedio, y no se mueven hacia el frente. Quieren hacer cosas que dejaron de hacer cuando eran más jóvenes, y se frustran porque no pueden hacerlas ahora. Cada día la vida tiene una lección nueva. La madurez consiste precisamente en eso, saber qué nos corresponde hacer cada día. Descifrar cuál es la voluntad de Dios en mi vida en estos momentos. Nuestra existencia es un devenir diario, un progreso continuo. Es de esa forma que debemos verla, no como un estancamiento de eventos en el tiempo. Y nos ocurre a muchos y a muchas. He visto deportistas caer humillados por no saber retirarse a tiempo. Igual lo he visto con estrellas de rock, actores y actrices, etc. Creen que su pasado es eterno, que el tiempo no pasa, que siempre los van a ver de la misma manera. Algunos/as hasta odian a los nuevos ídolos del momento.
Cada parábola de Cristo es una directriz para nuestra vida. La de hoy es muy clara. La espiritualidad que Él trajo significa dar amor a los demás. Y en el diario vivir debemos dejar que lo que pasó, pasó. Apliquemos estos esquemas diariamente y de seguro que viviremos más momentos felices.

martes, 12 de febrero de 2008

Parábola de Médico, cúrate a ti mismo (Lucas 4: 23)

Ésta es una parabola muy sencilla, que incluso parte de un refrán muy famoso: “Consejos vendo y para mí no tengo.” En parte se parece a la parábola del guía ciego. Jesús responde a este refrán con la famosa sentencia de “no desprecian a un profeta más que en su tierra.” Con lo que se entiende por qué no hace milagros en su tierra natal. En primera instancia se puede mirar lo que dice el refrán y analizar por qué los seres humanos actuamos así. La sabiduría popular ha captado muy bien esta actitud nuestra con otros proverbios como “en casa del herrero, cuchillo de palo.” ¿Qué nos pasa que somos así? Nos pasamos la vida dando consejos a otros, que nosotros mismos no tomamos. Hablamos de la gente cuando tenemos los mismos defectos. Y lo curioso es que hablamos como si fuéramos perfectos.
Una recomendación para poner en práctica el curarnos a nosotros mismos es examinar qué cosas nos molestan de la gente y señalarlas en nuestro proceder cada vez que las cometamos. Poco a poco nos iremos curando, no sólo del defecto, sino asimismo del pecado de hablar de otros.

Por otra parte, cuando Jesús dice que nadie es profeta en su tierra, implica que somos demasiado conocidos en nuestros lugares de origen o de trabajo. La gente con la que nos codeamos sabe mucho sobre nosotros y le cuesta creer que tengamos ciertas habilidades, a menos que sobresalgamos excepcionalmente. Ése es el caso en Puerto Rico de Ricky Martin. Aquí todo el mundo reconoce la habilidad excepcional de este muchacho en el campo de la música popular. Nadie se atrevería lanzarle el reto a Ricky Martin de que nos probara que es famoso, o que lo que hace en otras partes lo haga aquí. Pero si alguien que vive cerca de nosotros sale con que ahora es alguien reconocido, la primera actitud nuestra de es de escepticismo. Creo que resulta natural. Los contemporáneos de Jesús se preguntaban de dónde había sacado aquella sabiduría si Él era sólo el hijo de un carpintero, y añadían: “Conocemos a su familia.” Es decir, éste no tiene nada extraordinario. Pienso que debemos quitarnos esa manía de cuestionar si la gente puede lograr cosas, aunque sean conocidos nuestros. Cada persona es un mundo, reza otro dicho muy sabido, y cada quien tiene mucho que aportar a este mundo. Esta parábola nos ayuda grandemente a cumplir con el mandato de “ama a tu prójimo como a ti mismo.” Constituye otra manera de ser empáticos y no juzgar por las apariencias.