martes, 11 de marzo de 2008

Parábola de la elección de puestos por los invitados (Lucas 14: 7-11)

Nuevamente Jesús alude a la invitación a una boda. Estas imágenes de banquetes y de bodas pertenecen a esa tradición de que seremos invitados a esa fiesta en el cielo. Jesús produce estas parábolas con el fin de que entendamos que nuestra recompensa en el cielo será grande si seguimos sus mandatos. Y éste que aquí nos dice es uno de ellos.

Ya hemos hablado de la humildad. Con este relato, el Maestro nos asegura que el mundo es de los humildes. Toda su predicación se basa en el famoso tópico del Beatus Ille, es decir, “bienaventurados aquellos…” En las bienaventuranzas, nos propone un programa de vida basado precisamente en la humildad. Hoy nos alcanza con otra de sus sugerencias: no seamos arrogantes. Ponerse en los primeros puestos no significa que se trate de eso que pasa en la boda nada más. Nos ponemos en los primeros puestos cuando pensamos que somos mejores que otros seres humanos porque ganamos más dinero, porque poseemos un grado más avanzado de educación, porque sabemos más palabras, porque nuestra profesión está mejor cotizada que las de otros. Incluso nos ponemos en los primeros puestos cuando mentimos para parecer mejores que otros. Por eso el Maestro pone la parábola del fariseo y el publicano.

Nuestra sociedad canoniza la belleza, la riqueza, la juventud y la valentía como valores supremos. Entiéndase que se le da importancia a la gente bella, con mucho dinero, joven y que demuestra su valor en sucesos tales como la guerra, los deportes extremos, la pelea física. Y rechaza o desprecia a los llamados feos, a los pobres y a los “cobardes.” Cuando una obra como “El héroe galopante,” de Nemesio Canales propone que el hombre es más hombre cuando resuelve sus problemas con el diálogo y no con la pelea física, los personajes marginan a este otro. Insisten que lo que sucede es que es un cobarde y que no se atreve a enfrentar a su oponente. Hoy día nuestra juventud está pendiente de salir de la pobreza, no con el trabajo arduo, con el esfuerzo constante, sino con el golpe de suerte que significa que su belleza lo lleva a la televisión, o con ganarse la lotería, o un premio en un programa de juegos. Los estudios, para muchos, no representan nada, son pérdida de tiempo, porque el mundo se mueve como los “reality shows,” con oportunidades extraordinarias. En Puerto Rico, tanto como en España y Estados Unidos, estos programas tienen una audiencia increíble, porque de alguna manera son los resuelvelotodo en términos de mis expectativas. Algunos de estos muchachos que ganan premios en programas como “Objetivo fama,” “Operación Triunfo,” “American Idol” y otros de la misma especie, luego andan por ahí frustrados y decepcionados porque el mundo ya los ha olvidado. Se les olvida que la fama se sustenta con un trabajo arduo y consistente. Hasta los grandes ídolos son olvidados porque poco a poco dejan de ser creativos, se quedan en lo mismo que han hecho siempre, y el público siempre espera más.

Por eso Cristo nos dice, “cuando seas invitado, ve y ponte en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales” (10). El mismo Jesús fue el ejemplo más grande de esto. Nunca fue arrogante, siempre se mostró compasivo con la gente, a pesar de su grandioso poder. Ayudó a todo el que se le puso delante, y no reprendió a nadie excepto a aquellos que intentaban cargar a la gente con cosas que ellos mismos no hacían. Hoy día, Jesús de Nazaret es el personaje más importante de la historia de la humanidad. Y sabemos de más gente así, como la Madre Teresa de Calcuta, Mahatma Ghandi. En Puerto Rico tenemos al beato Carlos Manuel Rodríguez, alguien que sólo sobresalió por su gran amor a Jesucristo y al prójimo.

Si hacemos esto, algún día oiremos al Maestro decirnos, “vengan, benditos de mi Padre, ocupen el puesto que les está reservado.” Amén.

jueves, 6 de marzo de 2008

Parábola de la higuera estéril (Lucas 13: 6-9)

Jesús alude aquí nuevamente a la agricultura. Sale el personaje del Señor de la viña, que ha aparecido en otras parábolas. Este Señor siempre representa a Dios. Es el amo que gobierna ese universo que el Maestro denomina “viña.” En este caso, la higuera que ha plantado el agricultor no ha dado fruto, por tres años. El tres simboliza la infinitud. Lo que implica que el amo ha venido innumerables veces a mirar si la planta ha dado frutos. De ahí que Dios es trino. Este tres, multiplicado por tres, da a nueve. En la gematría judía, una ciencia basada en la matemática, el nueve es el número asignado al unigénito de Dios. Por eso, su inverso, el 666, es el llamado anticristo.

En nuestra vida, Dios muchas veces nos llama para que le ayudemos. Hay una pintura muy hermosa, que sale en muchos libros piadosos, de Jesús que toca a la puerta de una casa. Esa casa es nuestro corazón. Cristo nos pide que le ayudemos. Eso significa dar frutos. “Por sus frutos los conocerán.” Es una imagen muy común en la Sagrada Escritura. Dar frutos implica que tenemos que predicar el Reino, hacer apostolado, ayudar a los pobres y a los marginados. Prodigar amor en cuanto lugar nos detengamos. Dar fruto significa no cometer injusticias ni pecados que escandalicen a los demás. Algunos cristianos y cristianas llevan vidas escandalosas, y no son como la higuera que echa brotes, sino todo lo contrario. Hacen cosas que no son dignas del cristianismo, y por eso no dan frutos. A veces, para saber qué quiere Dios de nosotros, basta mirar el Sermón de la Montaña (Mateo 5-6), y eso nos dará coordenadas para llevar a cabo la obra de Dios.

Dios nos da innumerables oportunidades. A eso se refiere la parábola. Finalmente, uno de los siervos del Señor intercede para que este no la corte. ¿Quiénes son esos siervos que detienen que la mano de Dios ponga el castigo? Somos nosotros mismos con nuestras oraciones, son los consagrados y consagradas a Dios, como los sacerdotes, las religiosas, que con sus sacrificios y peticiones detienen que este mundo se condene a sí mismo. Cada obra buena que hacemos en pro de algún marginado o pobre de Dios ayuda a que el Señor no corte la higuera.

Pensemos hoy en nuestros frutos. ¿Cuáles son? ¿Asistir a la iglesia los domingos y salir de allí a una vida de egoísmo? ¿Hacer caridad, visitar a los enfermos, orar por los muertos, los prisioneros, los que tienen hambre, los misioneros? ¿Alzar nuestra voz contra las injusticias? ¿Dar consejos a quienes los necesitan? Si hacemos este examen de conciencia cada día, nuestros frutos serán cada vez mejores, al poner en práctica las enseñanzas de Jesús de Nazaret.