jueves, 29 de mayo de 2008

Parábola de Lázaro y el rico (Lucas 16:19-31)

Los ricos, para Jesús, son parte de una clase que causa los problemas que hay en el mundo. Aunque no todos los ricos son parte del problema, necesariamente las personas que sólo viven para adquirir dinero y gastarlo, son el eje de una situación desesperante en esta sociedad. Jesús dijo que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que un rico entrara en el Reino de los Cielos. En cambio de los pobres dijo: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos." ¿Significa esto que ningún rico entrará en el cielo? No lo creo. Para mí, el meollo de todo esto es el amor al dinero. No es tenerlo, es lo que haces con él. En este cuento, Cristo nos contrapone dos figuras que se dan tanto en aquella época como en ésta. Basta con mirar en todas las ciudades del mundo, y veremos a los mendigos tirados por el suelo pidiendo dinero. En Puerto Rico también los tenemos en los semáforos. Muchos de ellos llagados como Lázaro por distintas causas, ya sea por el uso de drogas, por enfermedades como el SIDA, u otras parecidas, o simplemente por la falta de higiene, ya que algunos ni siquiera tienen donde vivir. Se pasan las noches bajo puentes, o en un banco de la plaza. A veces los he visto en los aeropuertos durmiendo en alguna esquina.

Las estadísticas mundiales revelan que el 80% de las riquezas del mundo se halla en el 20% de la humanidad. Ese otro 80% vive en la pobreza, y en algunos casos, como los que acabo de describir, en la pobreza extrema. Visité París en el 2005, y allí un guía nos dijo que había joyerías en las que no podías entrar, y nos enseñó una, si no probabas de alguna forma que eras millonario y que podías pagar por lo que allí vendían. Es decir, que si vas a sólo a ver, como hubiéramos hecho nosotros sólo por curiosidad, no te permiten la entrada. Nos dijo que allí sólo iba gente como Paris Hilton, Britney Spears, Jennifer López, et al. Ningún Lázaro de la vida entraría allí.

Por la radio he escuchado que un "shopping spree" de Paris Hilton en un día cuesta $26,000.00. Jennifer López alquila todo un piso de un hotel si va de vacaciones y un día suyo sale asimismo en una suma más o menos igual, de entre $25,000 a $30,000. López pide que el ambiente de su habitación esté siempre en los 74° Fahrenheit. En un momento dado, a principio de su matrimonio, Marc Anthony le regaló a López unas pantuflas de $3,000.00. Esos son los ricos de los que habla la parábola. Aquéllos que sólo viven para satisfacer sus "problemitas."

Muchos niños mueren de hambre en el mundo, mientras los gobiernos gastan billones en guerras, en ir a la Luna (no sé realmente para qué), en entretenimientos. Los casinos son asimismo la orden del día para mucha gente, especialmente ancianos, que gastan lo que tienen y lo que no tienen por ganarse dos o tres mil dólares que luego vuelven a perder, porque la codicia no deja que te vayas con lo que ya tienes.

Un día un estudiante me dijo que un pelotero famoso de Puerto Rico, se merecía ganarse $39 millones porque él "se fajaba mucho." Yo le dije que mucha gente se fajaba mucho en Puerto Rico, que se levantaba a las 5:00 de la mañana, trabajaba hasta tarde en la noche, y no soñaban ganarse eso en toda la vida de trabajo hasta que se retiraran. De manera que somos nosotros mismos los que mantenemos el estilo de vida de esos ricos y poderosos, porque compramos lo que venden, auspiciamos sus extravagancias y luego las justificamos. Hace poco Britney Spears abandonó un carro en medio de la calle y se fue. Si alguno de nosotros hace eso, viene un policía y nos mete presos. En Miami, un policía acarició su macana mientras me decía que me saliera de un área del aeropuerto en la que me metí sin saberlo. Cuando le traté de explicar que sólo me tomaría un minuto para decirle al conductor de una firma de carros de alquiler que lo iba a seguir para entregar mi auto, se agarró la macana y me dijo que no le iba a decir nada. Me monté en el auto y me fui de allí, porque sabía que lo próximo sería un golpe y un arresto por "ataque a un oficial de la policía." Ésas son las razones por las que los ricos no entrarán al cielo, según Jesús. Ya han tenido toda su recompensa aquí: honores, poder, comodidad.

En cambio, los Lázaros, tienen que esperar a que Cristo los aguarde en el cielo y les ofrezca la morada eterna que les prometió. Los Lázaros viven de la esperanza, y si tienen fe, eso les ayudará a soportar todas sus penas. Los ricos, que saben por la iglesia, por la Biblia, por la tradición, por los sacerdotes, pastores, gurúes y personas de Dios que les han predicado, que deben ser caritativos, no poseerán esas mansiones, porque ya las han tenido aquí. El cantante Kenny Rogers, en 1983, dijo en una entrevista que tenía seis mansiones en Estados Unidos. La más barata costaba en aquel entonces $3 millones. Manifestó que había pensado vender alguna de ellas, pero que en realidad después se había arrepentido porque las necesitaba todas.

El rico de la parábola le dice a Abraham que si sus hermanos ven a alguien que resucita de entre los muertos, le creerán. Abraham le ha dicho que tienen a Moisés y a los profetas. ¿Cuántos de esos ricos de hoy y de todos los tiempos no han oído la buena nueva de Jesús resucitado? ¿Le han hecho caso? Para ellos la Biblia no es más que una sarta de cuentitos fantásticos en los que sólo creen aquellos insulsos que no tienen nada a que asirse. Ellos, en cambio, tienen todo su poder y su dinero para vivir bien y comprarse el cielo, si mal no viene.

Pensemos en la caridad solidaria. No gastemos dinero si no necesitamos las cosas. Demos dinero a la caridad, no hagamos excusas de que "lo quieren para drogas," "esos ministerios se roban el dinero," "la iglesia es rica." Dios ayuda al dador alegre, dice la Escritura. "Al que te pide, dale," manifiesta Jesús en el Sermón de la Montaña. Recemos asimismo por los que no tienen techo, por los que no tienen comida, por los que se enferman y no tienen quién les ayude médicamente, por los que no reciben educación porque los gobiernos piensan que se convierten en amenazas si aprenden. En fin, oremos por los pobres de todas clases en este mundo, y así los ángeles a nuestra muerte, nos llevarán al seno de Abraham.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Parábola del administrador astuto (Lucas 16:1-8)

¿Quién de nosotros no ha conocido a uno de estos administradores astutos? Los tenemos casi siempre en el gobierno, robándose los fondos públicos y después diciendo mentiras sobre cómo los han usado. También muestran recibos falsos con firmas falsificadas. Los tenemos también en los comercios, que usan balanzas arregladas, o venden productos podridos. Los tenemos en los restaurantes, los que usan aceite veinte veces para freír lo que nos venden, y luego anuncian sus productos como muy saludables. Este tipo de administrador anda suelto por ahí en todas partes. Lo malo es que nuestro sistema los cría de esa manera, y luego ya no sabe qué hacer con ellos.

Este tipo de gente abunda en nuestra sociedad. Jesús dice que "en verdad los de este mundo son más astutos que los hijos de la luz para tratar a sus semejantes." Los que andamos en la luz no tenemos esa malicia. Caemos una y otra vez en las garras de este tipo de gente. Nos dejamos atrapar por la comodidad, por el poco gasto, por no hacer más de lo que tenemos. Una y otra vez alimentamos a esta clase de alimaña. Sí, porque eso es lo que son, alimañas que se alimentan de nuestra ignorancia, de nuestra candidez. Fíjense cómo Jesús no señala que la gente cuestionó al administrador. ¿Qué habríamos hecho nosotros si alguien en un banco nos dice que firmemos un recibo sin nosotros haber pagado nada? Mucha gente lo haría de inmediato con la excusa de que los bancos son multimillonarios y no necesitan de nuestro dinero. ¿Pero y qué tal los empleados y empleadas de esa firma que se quedarían sin trabajo si el banco decide cerrar por pérdidas? Es un pecado disponer de la vida de otros por darnos nuestra comodidad. La actitud correcta en este caso es decirle que no al administrador. No, no voy a firmar un recibo que me exime de un pago que realmente debo. No, eso no me corresponde hacerlo.

Tal es el caso de la gente que de alguna manera se roba privilegios de otras personas. El individuo que sabe que alguien tiene el billete ganador de la lotería y se lo roba. O la persona que goza de vacaciones que no le corresponden. O aquél o aquélla que se inventa una enfermedad para no ir al trabajo y se toma una licencia. O el maestro o maestra que no preparara sus clases y le da una buena calificación a todo el mundo para no meterse en problemas. Ésos son los malos administradores, y la lista se extiende, porque el ego, que es más astuto que nosotros, nos da muchas excusas para no devolver el dinero encontrado, para poner dependientes inexistentes en la planilla de contribución sobre ingresos, para robar el agua y la electricidad del vecino, y si se puede también la televisión por cable. Muchos administradores malos pululan por este orbe.

Sé también de médicos que te hacen esperar dos horas y media en sus consultorios para hacerte dos preguntas y cobrarte $110.00 por la visita. La visita no dura más de dos minutos.

Lo curioso es que como en la parábola, son los que se agencian la felicitación del amo. La sociedad los engrandece, les dice lo necesarios que son para el sistema. Y ellos continúan robando, continúan desangrando al pueblo de Dios con sus artimañas. El problema mayor ha sido que nosotros mismos hemos creado las necesidades que ellos alimentan. Sale un producto, lo compramos, y en menos de uno o dos años ya hay que cambiarlo, porque salió algo más moderno. Es lo que ha sucedido con las computadoras, los sistemas de video (como el VHS, el DVD, y ahora el Blu-Ray). Es lo mismo que ha sucedido con la gasolina y el petróleo. Nosotros hemos dejado que esos malos administradores no pasen leyes contra el excesivo precio del combustible, lo que logra que se encarezca la vida cada día más. ¿Por qué no hay combustibles alternos? Porque los intereses de las grandes petroleras pagan cada día a senadores y representantes para que éstos veten cuanto proyecto hay para algo semejante.

Los cristianos tenemos que meter mano en el mundo y denunciar, como hizo Cristo, a esos mercaderes del templo. Algunos de ellos son tan mezquinos que van a la iglesia y ofrecen en la colecta $1.00, pero luego se van a un restaurante y pagan $100.00 por una comida y una botella de vino. Si les preguntas, dirán que la Iglesia es rica, y que ellos no van a pagar los excesos de los curas y los obispos.

En mi parroquia, el sacerdote ha tenido que desglosarle a la gente los gastos en los que incurren cada mes para que la gente se motive a dar un poco más. ¿Cómo es que gastamos $80.00 en un concierto de cuatro peludos que desprecian al público que los va a ver, o de una mujer que ensucia de alguna manera la bandera de la patria a la que asiste, pero no podemos dar $20.00 en la colecta del domingo, porque "somos pobres"?

Somos también malos administradores en ese caso. Nos gusta más este mundo que la luz. Pero en el cielo se descubrirán nuestras patrañas. Y esas moradas que Cristo nos ha prometido que tiene para los que le aman, y que son eternas, no serán para esos administradores, sino para aquéllos, que como Lázaro el mendigo, sufrieron aquí por amor del Señor de Señores.

martes, 27 de mayo de 2008

Parábola del amigo que viene a la medianoche (Lucas 11:5-8)

La parábola anterior me dejó pensando en que Cristo y su Evangelio nos dan muchas coordenadas para saber cómo orar. Este ejemplo es muy gráfico de lo que decíamos en el relato anterior. Este amigo viene a pedir pan en la noche y el dueño de la casa se lo niega porque está acostado. Cristo agrega: "Yo les digo que, si el de afuera sigue golpeando, por fin se levantará a dárselos. Si no lo hace por ser amigo suyo, lo hará para que no siga molestando…" (8). Muy ilustrativo este pequeño trozo de sabiduría.

Hay muchos ejemplos en el Evangelio que nos hablan de esta manera de pedir. El primero del que me acuerdo es el del ciego del camino (Mateo 20:29). Este ciego no andaba solo, andaba con otro, y cuando oyó pasar a Jesús, gritó a voz en cuello: "Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros." La gente, al oírlo gritar de esa manera, lo mandó a callar. Él no tuvo miedo, volvió a gritar con más veras. Y así el Maestro lo oyó y lo mandó a venir. Acto seguido le concedió su deseo de ver.

Otro caso parecido a éste es el de la cananea (Mateo 15:21). Esta mujer le dice a Jesús que cure a su hija, y el Maestro le contesta que no ha venido para los paganos, sino para las ovejas perdidas del reino de Israel, y que no está bien echarles el pan de los hijos a los perros. La mujer tampoco tiene miedo, y le dice: "Si, pero hasta los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos." Y al ver su fe y su persistencia, Cristo le hace el milagro.

Asimismo los leprosos del camino logran que Cristo los cure llamándolo desde lejos porque ellos no podían entrar en la ciudad (Lucas 17:11). Estos tres ejemplos bastarían para ver que la máxima de Cristo de "pidan y se les dará" tiene sus pequeñas estrategias. No basta con pedir, hay que pedir con fe, hay que pedir como si ya nos hubieran dado las cosas: "Por eso les digo: todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han recibido y lo tendrán" (Marcos 11:24).

¿Por qué siempre nos obstinamos en pensar que Dios no nos quiere dar las cosas? Jesús es misericordioso, y todo aquello que le pidamos para beneficio de nuestras almas nos lo concederá. No sólo eso, sino todo aquello material que nos ayude en la consecución de la salvación. Pidámosle todos los días por nosotros, por nuestros familiares, por nuestros amigos, por la gente que va a morir, por las ánimas del Purgatorio, por los enfermos, por los misioneros. El apostolado de la oración es bendecido por Dios al 1,000,000 por ciento.

Hoy pidamos también por la paz del mundo, para que acaben para siempre las guerras, y para que todo el mundo tenga algo que comer. Así sea.

lunes, 26 de mayo de 2008

Parábola del juez malo y la viuda (Lucas 18:1-7)

Aquí vemos un relato que tiene que ver con la oración. Muchos de nosotros optamos por esta actitud de "eso es la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios no se puede cambiar." Creo que nos equivocamos. La actitud que muestra aquí la viuda es la actitud que deberíamos tener tod@s. Pedimos algo y como no se nos da, entonces lo dejamos ahí. Cristo nos dice que tenemos que seguir pidiendo hasta que Dios nos conceda lo que queremos. En ciertas ocasiones lo que pedimos no nos conviene, pero Dios nos contesta de muchas formas para que lo sepamos.

Para saber cómo nos podemos portar delante de Dios en la oración basta con mirar el caso de Abraham y los tres ángeles que vinieron a destruir Sodoma y Gomorra (Genésis 18:16-33). El padre de la fe no se arredró de estar hablando con el mismo Dios para pedirle que no destruyera esos pueblos si había allí gente justa. El Señor le contestó con mucha paciencia a todas sus peticiones, pero el único justo que había en esa región era su sobrino Lot y Dios mandó a dos de sus ángeles a buscarlo con su familia para sacarlos de aquel infierno en el que estaban metidos.

La viuda tiene esa misma característica que Abraham, la persistencia, la perseverancia. Cuando pidamos algo, pidámoslo hasta que Dios nos conteste. Ya vendrá la respuesta, sea negativa o positiva. Y esto también se traduce en la vida ordinaria. La perseverancia en nuestros asuntos nos llevará a conseguir todo lo que nos propongamos. De eso también se trata la fe. Saber que algo que hemos planeado se cumplirá porque seguiremos tratando hasta que lo logremos. Darnos por vencidos al primer intento demuestra que no tenemos ningún interés en que se cumpla.

Tuve un amigo que cortejó por ocho largos meses a una muchacha, que consistentemente le decía que no. Él seguía insistiendo e insistiendo hasta que por fin ella se enamoró de él y fueron novios por ocho años. Desafortunadamente no se casaron porque eran muy jovencitos cuando empezaron la relación, pero el punto queda demostrado de cómo la persistencia da frutos. La oración es así, pensamos que no da fruto, pero poco a poco los vamos viendo si seguimos intentando.

Dios está siempre pendiente de todos nuestros pasos, nos conoce de arriba a abajo. No obstante, no está de más ventear en todo tiempo nuestros problemas con Él, porque nos dará las soluciones cuando menos nos lo esperemos. Sigamos importunándolo, para que nuestra vida de la fe se acreciente cada día más.

domingo, 25 de mayo de 2008

Parábola de las diez jóvenes (Mateo 25:1-13; Marcos 13:35, Lucas 13:25)

Me he dado cuenta de que esta parábola trae un mensaje que por lo menos yo no había notado. Además de lo que ya sabemos, del descuido y la diligencia como opuestos en la vida, un tercer elemento que se percibe en este relato es la asertividad.

Todos hemos leído esta parábola, o la hemos oído en la iglesia los domingos. Nos habla de dos actitudes muy comunes en la vida: la previsión versus el descuido y la vagancia. Las primeras novias saben cómo prepararse para la llegada del novio. Buscan sus lámparas, y se proveen de aceite necesario para encenderlas en caso de que se les gaste el que llevan. En cambio, las otras, a las que algunas versiones de la Biblia llaman, "las necias," se acuestan sin proveerse de lo necesario. Claro, cuando llega el momento, les piden a las que tienen.

En términos espirituales, este aceite del que habla Cristo es la gracia. Nuestra lámpara encendida simboliza la espiritualidad que hemos alcanzado. Para mantener viva esa llama, nos proveemos de ese aceite que incluye la misa, la asistencia a los sacramentos como la reconciliación y la comunión, los ejercicios espirituales, la meditación diaria, la evasión de la tentación, etc. Todo esto es a lo que se refiere Cristo con ese aceite con el que llenan la lámpara las jóvenes diligentes. Las necias en cambio se conforman con tener la lámpara y lo que Dios ha puesto allí sin ellas volverlo a llenar. Cada uno de nosotr@s tiene algo divino que debe hacer crecer con todo aquello de lo que hablamos. La parábola nos está diciendo que si no hacemos buenas obras ni mantenemos la gracia, ni siquiera la intercesión de otros logrará que entremos al Reino de Dios. No me refiero a que alguien se sacrifique por nosotros, porque eso sí rendirá fruto. Me refiero más bien a que la gracia es algo personal que no se puede transferir. Mi gracia es mi gracia, Dios no te la va a acreditar a ti. Yo puedo interceder con mi oración para que Dios te dé la oportunidad de reformar tu vida y ganarte la gracia, pero no te puedo dar la mía. A eso se refiere la parábola. La gente necia es la que se cree que puede robarse el cielo con la gracia de otros. Eso no será así. Dios te pide: darte quiere.

En la vida cotidiana, sabemos de gente como estas jóvenes necias. Gente que se roba las ideas de otros, y las pasan como si fueran suyas. Gente que se roba la identidad de trabajadores honestos para agenciarse el seguro social o las pensiones. Gente que funciona como hipócritas religiosos para que piensen bien de ellos, mientras viven vidas de pecado y de delito. Much@s se aferran a la compasión de gente buena que se cree que los ayudan y los dejan hacer lo que sea. A veces en las clases hay estudiantes que dejan que otros se copien de sus exámenes, porque "él o ella no pudo estudiar." En otros momentos dejan pasar a alguien mientras están en un embotellamiento, alguien que se ha metido por el paseo, haciendo algo ilegal, y no ha querido esperar su turno. Las incidencias son múltiples. Nos vemos acosados por gente así casi todos los días. Y uno les toma compasión, porque "un favor no se le niega a nadie." Estoy de acuerdo con eso, pero siempre he dicho que las situaciones hay que evaluarlas en el contexto.

Recuerdo el caso de una estudiante que tuve hace mucho tiempo. Un día hablábamos del Carpe Diem, el tema literario que habla de la fugacidad de la vida. Ella empezó a llorar, porque ella moriría muy joven. Nos dijo que tenía cáncer. Conmigo llevaba una nota aceptable, pero con una de mis compañeras llevaba una nota de fracaso. Cuando terminamos el verano, mi compañera me dijo que tenía una disyuntiva. Le pregunté que cuál era. Me dijo que no sabía qué hacer con aquella joven, ya que ella no pasaría el curso. Le dije, no hay ninguna disyuntiva, tienes que fracasarla. Me dijo insensible, y me preguntó si yo no sabía que ella tenía cáncer. Le dije que eso era lo que ella había dicho. Pero le añadí que en el cielo no necesitaría una nota de ese curso. Y le dije más, si ella no muere, tú tendrás un problema de ética. Estuvimos discutiendo por casi media hora, hasta que la convencí de que le diera la nota que había sacado.

Un mes después me encontré con la estudiante. Estaba muy contenta, y me dijo que no se moriría porque no tenía cáncer. Que ella se lo había creído porque le habían encontrado una mancha en el pulmón, que resultó ser otra cosa. ¿Ven?

Las jóvenes diligentes tienen además lo que se llama asertividad. Hacer lo que tienen que hacer o decir lo que tienen que decir en el momento apropiado. No siguen el "ay bendito", y les dan el aceite a las irresponsables. Les dicen lo que tienen que hacer: vayan y compren, no sea que no dé para todas. Eso es lo que tenemos que hacer, aunque a la gente no le guste. Conceder y conceder malcría a nuestro prójimo. A veces lo hacemos con nuestros hijos, e hijas, o con nuestros amigos y amigas. Hay que dar la respuesta apropiada, porque lo que se hace con la gracia, es responsablidad de cada cual.

jueves, 22 de mayo de 2008

Parábola de los dos hijos (Mateo 21:28-30)

Este relato siempre me ha parecido muy didáctico. Es cierto que todas las parábolas de Cristo enseñan claramente el camino a la salvación. No obstante, ésta para mí tiene un aspecto especial. Y creo que es porque apela directamente a algo de mi personalidad. Soy del tipo de gente que en inglés llaman "procrastinator." Esto significa que siempre estoy posponiendo las cosas. Pero siempre las hago, en un momento u otro termino haciendo lo que me corresponde. Esto se opone a otro tipo de gente que siempre está anunciando todo lo que hace pero en realidad todo está en su cabeza, o simplemente no lo hace porque no quiere y pretende que la sociedad lo perciba como alguien sumamente ocupado. Esta parábola tiene así dos significados muy delineados. Por un lado, el lado divino, que explicaremos ahora, y el lado humano o práctico, que también explicaremos para beneficio de los/as lectores/as.

En el plano divino, Jesús habla en esta parábola del arrepentimiento. Dios nos llama, y le decimos que no consistentemente hasta que un buen día vemos que lo que hacemos no nos lleva a ninguna parte. Entonces cambiamos radicalmente, nos arrepentimos y volvemos a Dios como nuestra tabla de salvación. Esta actitud resulta sumamente provechosa para el ser humano. No hay nada como reconocer que hemos llevado una vida de pecado o de delito, o simplemente de indiferencia por Dios o por nuestro prójimo. Dios siempre nos da la oportunidad de enderezar los caminos. Dios no quiere que ninguno perezca, y que todos se salven. Es por esta razón que en todo tiempo nos ha mandado leyes, estatutos y recomendaciones por medio de su palabra y sus profetas. Esas amonestaciones son las mismas que le da el padre al hijo cuando lo manda a la viña. "Vete a trabajar en mi viña." Es como si nos dijera, "vete a hacer apostolado, ocúpate de tu prójimo, predica, haz el bien." Muchas veces contestamos "no." Pero lo importante es que después de todo, nos arrepintamos y vayamos a hacer lo que nos toca.

En cambio, existe este tipo de personas que parece que han aceptado la llamada de Dios, pero que en el fondo no hace nada que no sea lo estrictamente necesario para aparentar ser cristiano. Van a misa los domingos, y cuando aparece la oportunidad te sueltan algún sermoncito de que el padre fulano es su amigo, de que conocen al obispo, de que fueron al cursillo tal o al retiro más cual. Siempre recuerdo al dueño de una farmacia que tomó un día (literalmente) de un curso de historia de la Iglesia. Fue allí porque se creía que quien daría el curso era el maestro con quien él había tomado "Historia del concepto de Dios." Rápidamente le dijo al maestro cómo debía dar el curso para que se pareciera al otro maestro, y cuándo debíamos parar para tomar una merienda, porque el "doctor tal" así lo hacía. No duró un día, porque el otro maestro no le hizo caso. Dios no nos quiere como cristianos de apariencia, nos quiere sólidos, aunque seamos pecadores. San Pablo siempre llama "santos" a quienes dirige sus cartas. Hoy día, sabemos que somos santos que escogemos pecar de vez en cuando. Y nos arrepentimos. Ese es nuestro papel.

En el plano diario, esta parábola nos insta nuevamente a la diligencia. Debemos estar pendientes de hacer lo que nos toca. Tanto en nuestro trabajo como en nuestra vida cotidiana. En la última parábola que comentamos, nos dimos cuenta de que el ocio nos perjudica, que no podemos estar ociosos, sino ser diligentes. La mejor manera de ser productivos es tener una agenda en la mano y apuntar cada día lo que tenemos que hacer. Poco a poco iremos tachando las cosas en la lista y sabremos que hemos cumplido con las tareas del día. En nuestra familia también tenemos cosas que hacer. Tenemos tareas en nuestras casas, que como seres humanos se nos olvidan. A lo mejor es una buena práctica hacer lo mismo. Apuntar en un almanaque o agenda cuándo nos toca una tarea, ya sea limpiar el patio, echar veneno para las cucarachas, lavar el carro o brillarlo. Si apuntamos esas cosas, el verlas en la agenda nos obliga de alguna manera a hacerlo. Esa ha sido la manera en que he podido arreglar mi manía de dejar las cosas para después. No quiere decir que no me pase, me pasa a menudo. No obstante, lo resuelvo cuando me obligo a apuntarlo.

Jesús dice a sus apóstoles que los publicanos y las meretrices nos precederán en el Reino. Eso significa que se arrepentirán y cobrarán el denario, porque aunque hayan oído tarde la voz de Dios, la han puesto en práctica. A nosotros, en cambio, nos puede suceder como a la liebre del cuento. Nos echamos a dormir porque como "tenemos la verdad," pensamos que con eso basta. Y ahí nuestra fe duerme el sueño de los justos.

Aprovechemos esta parábola. Digamos que sí al dueño de la viña y vayamos a trabajar. El trabajo genera trabajo, y así la fe también engendra fe.

lunes, 19 de mayo de 2008

Parábola de los obreros a la hora undécima (Mateo 20:1-16)

Al enfrentarnos a esta parábola, nos parece que el señor de la viña ha cometido una injusticia. ¿Cómo les va a pagar lo mismo a los que trabajaron una hora que a los que se desmadraron desde la mañana a la tarde? Nuevamente caemos en nuestras concepciones de la justicia humana versus la divina. Para entenderla debemos verla desde diversas perspectivas.

Lo primero es la comparación entre la justicia de Dios y la de los seres humanos. Es curioso cómo los seres humanos nos las hemos ingeniado para tergiversar la justicia de Dios. El Señor envió a Moisés con diez mandamientos para regular la vida de la gente. Jesús nos dijo que esos mandamientos se dividían en dos: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. A raíz de eso nosotros hemos diseñado el sistema para que se ajuste a nuestro ego, que no ha podido lidiar con esas diez simples reglas. Hoy día para mucha gente, amar a Dios sobre todas las cosas implica decir que cree en Él e ir a la iglesia el domingo. Para otros, es decir que Él existe, pero que nosotros no tenemos nada que ver con Él. Así las cosas, si seguimos, no terminaremos nunca. Amar al prójimo, por otra parte, significa no meterse en las cosas del vecino. Esos mandamientos, a los que llamamos "ley natural," bastarían para que nuestra vida fuera totalmente placentera. No obstante, el ego ha hecho que queramos más para nosotros que para nuestro prójimo. Eso es lo que explica la actitud de los obreros al final de la parábola. ¿Por qué este tiene que tener lo mismo que yo? Yo trabajo demasiado, me levanto a las 5:00 de la mañana, viajo, conmuto, como mal en "fast foods" y todo eso. ¿Y éste gana más que yo, o lo mismo sin hacer la mitad de lo que yo hago? Eso no puede ser. Para Dios todos somos iguales, no nos distinguen los Rolex ni los Rolls Royce. Dios le ha dado a cada uno la misma oportunidad, así que todos tenemos asimismo la oportunidad de ganar lo que nos ha ofrecido, que es lo mismo para todo el mundo. ¿Y cuál es esa paga? El cielo. No va a haber allí categorías distintas para los que hicieron más que otros. Cada quien tiene lo que Dios nos ofreció.

La segunda manera de mirar esto es la legal. El señor de la viña se ajustó con sus obreros en un denario, y eso les pagó. En este tiempo, los contratos son muy necesarios, pues se ha perdido aquello de la palabra de honor. Te ajustas con alguien en algo para un trabajo, y si no está escrito, pues el cliente se burla de ti y no te quiere pagar lo que le dijiste. Y aunque un contrato oral es tan válido como uno escrito, si no hay nadie que testifique que ese fue el trato, lo perdiste. A mi padre le pasó eso en dos ocasiones, por honesto. En un caso, después de haber estado un día entero sacando un yate del mar para ponerlo en tierra con una grúa, le pidió $75.00 al cliente, y éste le dijo que eso era muy caro, y le dio $25.00. En otro caso, le vendió una camioneta a un individuo que le prometió pagarle la mitad en otro momento, y para no pagarle, se inventó la calumnia de que mi padre mandaba a robar los carros que vendía para después comprarlos más baratos. El contrato del señor en este caso es claro, "vete a la viña y te pagaré un denario." No le prometió nada más a nadie más. No veo por qué los otros pensaron que les iba a pagar más. Es obvio, se sentaron en la justicia humana, "yo hago más, cobro más." Es terrible ver cómo en ocasiones firmamos contratos que no se cumplen, porque las partes poderosas se salen con las suyas. Los jueces se venden, los abogados tuercen la ley, y después que está escrito, lo viran a favor del poderoso y los clientes menos afortunados se quedan como decimos "sin la soga y sin la cabra."

Otra manera de ver esta parábola es la laboral. Casi todos estos individuos están allí parados sin hacer nada. El señor los contrata para que le ayuden en la viña. El ocio es la madre de todos los vicios, reza un refrán popular. Existe mucha gente en el mundo con gran cantidad de talentos, como decíamos para la parábola anterior, que los desperdicia. Mucha gente con dinero y con empresas puede darle trabajo a aquella gente que no lo tiene. Gran cantidad de estas fábricas y empresas, con tal de ganar más dinero lo que hacen es bajar el personal, despedir gente. En diversas ocasiones se marchan de un país por no pagar los impuestos que les pone el gobierno y se van a otros lugares a explotar personas con pagas ridículas de 7 centavos la hora y cosas así. Algunos ni siquiera les dan compensaciones a los cesanteados. El señor de la viña es considerado: les da a los empleados lo que les prometió. Y eso es lo que debemos aprender en este renglón: ajustarnos a lo que prometemos, no abusar de nuestros empleados. Darles trabajo para que vivan una vida decorosa.

Todos estos pensamientos vienen a la mente cuando miramos la parábola. Así que Dios siempre nos preguntará: "¿Por qué te molestas conmigo por ser bueno?"