El asunto general versa sobre que Dios es quien nos enseña todo. Todo viene de Dios, porque Él es el Gran Consejero (Is.9:6) y nadie le ha dado nada, ni sabe cómo Él ha adquirido su sabiduría (Romanos 11:33). Sólo sabemos que nos la da si se la pedimos, y si estamos atentos a su gracia. De la misma manera que Dios nos instruye, hasta internamente de noche, como reza el salmo, nosotros debemos instruir a otros.
Luego dice que el que ara para sembrar, ¿arará todo el día? Esto implica que llega el momento de echar la semilla para que dé fruto. Una vez que hemos aprendido bien, nos toca a nosotros pasar hacia delante lo que sabemos. Es ley de vida, y Dios nos insta a hacerlo. Una de las obras de misericordia dice que debemos enseñar al que no sabe. Mucha gente anda necesitada de saber cosas. No sólo del mundo, sino asimismo de Dios. Si nosotros tenemos el conocimiento, ¿por qué no compartirlo?
Otra idea que sale de esta parábola es que el labrador usa herramientas especiales para plantar y cosechar las yerbas tiernas, para no destruirlas. Toma en cuenta lo delicadas que son. De la misma manera Dios toma en cuenta nuestras circunstancias y nuestras debilidades. Nos trata de manera sensible. Y de ahí que nosotros podemos tomar de Él ejemplo, como buen maestro que es, y tratar de de esa misma forma a nuestro prójimo. Debemos entender las debilidades del prójimo, que casi siempre resultan ser las mismas de nosotros, y perdonar, y ayudar al que lo necesite. Saber que Dios nos perdona a pesar de que sabe todas nuestras miserias debe ayudarnos a comprender el status de aquellos que nos rodean.
Por lo tanto, enseñemos al que no sabe, y seamos sensibles a las necesidades del prójimo. Y veremos una cosecha abundante y de buenos frutos.