jueves, 30 de abril de 2009
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9:4-5)
Nuestras calles están llenas de contaminación visual, auditiva; están llenas de chatarra en muchas ocasiones, pero el que se queja es un molestoso. Cuando las naciones poderosas cometen desatinos y los cristianos y cristianas se quejan entonces se les llama subversivos. El silencio es inexistente para nosotros. No podemos meditar en silencio, como hacían antes los anacoretas. Muchas veces entramos a una iglesia, y hasta allí hay gente hablando. Hace más de diez años vivíamos en una urbanización y teníamos enfrente una familia que ponía el toca discos tan alto que parecía que lo teníamos en la sala de nuestra casa, pero a todo volumen. Hicimos una carta para protestar, y ningún vecino quiso firmarla porque “son nuestros vecinos.”
Perseguimos a Jesús porque preferimos que el Estado mate a personas, con la pena de muerte. Es mejor el ojo por ojo, que “perdona a tu hermano setenta veces siete.” Entronizamos gobiernos de mano dura, que hacen guerras, que de alguna manera descuartizan a los pueblos económica y moralmente porque así es que hay que proceder. No emulamos a la iglesia primitiva, que ponía “a los pies de los apóstoles todas sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2: 45). Fomentamos entre la juventud una falsa idea de la libertad, promoviendo convivencias sin matrimonio, sin compromiso. Permitimos a los/as jóvenes una vida sin Dios, so pretexto de no violar sus derechos a la selección, algo que no hacemos cuando les dejamos herencias, o los forzamos a cuidarnos a pesar de que ya tienen sus propias vidas.
Siempre perseguiremos a Jesús porque se opone a todo lo que nuestra naturaleza exige. Cuando leemos el Sermón de la Montaña dejamos de lado máximas como “perdona a tus enemigos, ora por los que te maldicen.” Siempre escogeremos odiar en vez de amar, vengarnos en vez de perdonar. El cine y la literatura están llenos de películas y novelas en las que los protagonistas ensalzados son personas llenas de odio y de rencor contra la humanidad, contra la gente buena y honesta. Muchas de estas películas colocan como antagonistas a la gente que quiere que el orden prevalezca.
Por eso perseguimos a Jesús. No obstante, Él siempre nos busca, nos enceguece para luego devolvernos la vista. Nos tira del caballo, y nos obliga a mirar la realidad del hermano y la hermana en necesidad. Nos da su palabra, para que les digamos a los oprimidos y oprimidas que existe un Dios en el cielo que vela por ellos, aunque los gobiernos no lo hagan, que hay esperanza para todos y todas.
martes, 28 de abril de 2009
Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed (Juan 6:35)
Sabemos lo importante que es la eucaristía para poder lidiar con los obstáculos que nos presenta el mundo. De la misma manera que el alimento diario conserva nuestras fuerza físicas y nos permite movernos en todo momento, el pan espiritual nos permite la comunión con lo divino. Nos mueve en la dirección correcta. Por una parte, para recibirlo, debemos estar en gracia de Dios. Esa directriz nos alienta a mantenernos limpios. Por otra parte, la visita diaria al Santísimo Sacramento del altar energiza nuestros motores para la batalla del día en nuestros trabajos y en nuestra vida cotidiana.
No solo hace eso Cristo desde su altar. Nos concede además la salud física. Hace algunos años, un miembro de mi parroquia fue desahuciado por tener el corazón débil. No le daban ningunas esperanzas de vida. Recuerdo que nos contó el párroco que un día este hombre le pidió permiso para entrar a visitar el Santísimo. Estuvo allí cerca de dos horas. Salió, dijo el sacerdote, con la cara iluminada por la esperanza. Vivió 9 años más. Falleció este año, a los 84 de vida. Por eso sabemos que Cristo es el verdadero pan del cielo, el pan que nunca nos dejará pasar hambre, ni sed.
Meditemos en ese beneficio que nos dejó Jesús con su cuerpo y con su sangre. Démosle gracias por cometer la locura de quedarse entre nosotros para darnos su gracia y su eternidad.
lunes, 27 de abril de 2009
Multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:1-15)
Para decirle cómo se podía hacer, le conté esta historia verdadera. En 1998 azotó el Caribe el huracán Georges. Fue terrible para Puerto Rico, Santo Domingo y Haití. Mucha ayuda vino para P.R. y Santo Domingo, pero por alguna razón, se olvidó a Haití. Dos profesoras universitarias, una de las cuales creía mucho en la Providencia de Dios, decidieron que podrían ayudar. Sabían que parte de la dieta básica del haitiano y la haitiana era el arroz. Le dijeron al estudiantado que todo aquel o aquella que quisiera, les trajera un saquito de arroz. No ofrecieron puntos en el examen, nada de eso. Todo tenía que salir del corazón. Las primeras dos semanas pasaron y solo tenían más o menos quince bolsas de arroz. Nada del otro mundo. A una de ellas se le ocurrió enviar un mensaje por correo electrónico, y decirles a los demás profesores y profesoras lo que estaban haciendo. Muchos se unieron y les pidieron lo mismo a los estudiantes. Algunos ofrecieron puntos en la nota de participación y en otras actividades. Al cabo de dos semanas más tenían 1,500 bolsas de arroz. Ahora el problema era cómo llevarlas hasta allá. Todo esto era en Puerto Rico.
La profesora que era religiosa se acordó de que las Hermanas de la Caridad tenían una misión en Haití, y las llamó. Ellas le dijeron que si les hacían llegar el arroz, la congregación se encargaría de que llegara a su destino. No tenían cómo hacerlo, pero se les ocurrió pedir ayuda a la universidad. Le concedieron una camioneta, y entre ellas y muchos estudiantes colocaron las bolsas de arroz en la misma. Llegaron a San Juan, y desde allí las llevaron a Haití.
Vemos aquí que cuando existe en nuestros corazones la motivación de ayudar al prójimo, Dios mueve todos los obstáculos y la ayuda progresa. Siempre pensemos que Dios está ahí para darnos la mano, y en todo momento veremos cómo cuando miramos hacia Él, el resultado sera: “Comieron, se saciaron todos, y se recogieron de las sobras doce cestos de mendrugos” (Lucas 9:17).
martes, 21 de abril de 2009
Bienaventurados los que sin haber visto han creído (Juan 20:29)
Lean esta historia. Se la oí al padre Cohen, quien celebraba la misa en EWTN, hace como quince años. No recuerdo los nombres, solo sé que la historia me impactó tanto que nunca la he olvidado. Él dice que la leyó en un libro escrito por un sacerdote de Kansas. En 1929 nace este bebé, en una ciudad de Kansas. La enfermera a cargo de la guardería de niños y niñas en el hospital hace su ronda y les echa unas gotitas en los ojos a los bebés. Cuando regresa una hora después para vigilar que todo esté bien, nota que uno de los bebés tiene los ojos hinchados, rojos y completamente cerrados. Va al botiquín donde guarda las medicinas y se da cuenta de que en lugar de nitrato de plata al 1% les ha echado nitrato de plata al 50%. Sale corriendo a buscar al doctor. Cuando este llega, se agarra la cabeza y dice: “Habrá que criarlo como un no vidente.” Debido al corre-corre que se forma en el hospital, bajan las Hermanas de la Caridad que regenteaban la institución hospitalaria. La Madre Superiora habla con el médico y le pregunta qué se puede hacer. Curiosamente, el médico cambia su planteamiento: “Esperar un milagro, madre.” La madre le contesta: “Si eso es lo que se necesita, eso habrá.” Rápidamente llama a la congregación. Les dice a las religiosas: “Este niñito tiene una condición en los ojos causada por un descuido de la enfermera. Necesita un milagro para curarse. Vamos a la capilla, y no saldremos de allí, de delante del Señor, hasta que se cure.” A la sazón eran las 2:00 de la madrugada. Las monjas estuvieron orando sin parar en el Santísimo. A las 7:30 de la mañana viene una enfermera y le dice a la Madre Superiora: “La inflamación ha cedido, el niño mejorará.” Quien escribe el libro, es el niño ya crecido, hecho sacerdote, porque vio cómo Dios lo mejoró y decidió dedicarle su vida.
¿Es esa la fe nuestra? ¿Pedimos así al Señor? Que el Jesús milagroso aumente nuestra fe en su poder, y que nos conceda ayudar a nuestro prójimo con nuestra oración confiada.
viernes, 17 de abril de 2009
La manifestación de Jesús a orillas del lago (Juan 21:1-14)
Y después oigo tu voz: "Echen las redes a la derecha y encontrarán pesca." Pero también ahí me confundo. Pienso que tú no sabes nada de mi trabajo. Como pudieron pensar los apóstoles: el Maestro era carpintero, no pescador. No obstante, no lo pensaron, hicieron lo que Tú les propusiste. ¿Cuántas veces tu voz no me dice lo que tengo que hacer para no fracasar y creo que son mis imaginaciones, creo que son mis propios deseos? Si estoy, como los discípulos, muy apegado a ti, puedo discernir perfectamente que Tú eres el que lo sabe todo, y el que lo puede todo. Cuando dejo que seas Tú quien dirige mi trabajo, todo sale a la perfección, sobresaliente, brillante. Porque no soy yo, eres Tú Señor, el mismo que logró que la red pesara tanto, y que no se rompiera con el peso de tanto pescado. Juan te reconoció y se lo dijo a Pedro. Igual que Pedro, me he sentido desnudo delante de Ti, en los momentos en los que veo tus milagros, tus portentos, Jesús, siento que soy una nada frente a Ti, y que aun así me buscas, como a los apóstoles, y me ofreces de comer en tu cena. Me das el pan, Tú mismo me lo sirves, me lo preparas, tienes la sartén hirviendo lista para seguir en la brega.
Comer contigo es un enorme privilegio, Señor, que te has dado Tú mismo en la eucaristía para mi gracia. Te has quedado en el Santísimo Sacramento para darme la oportunidad de saciarme de la misericordia de tu corazón, de aniquilar mis pecados mientras hago lo que me mandas. Que estas manifestaciones de tu cuerpo resucitado creen en mí conciencia de que siempre estás conmigo, de que te apareces para darme una nueva vida en Tu vida.
jueves, 16 de abril de 2009
Jesús se presenta a sus apóstoles (Lucas 24:35-48)
A renglón seguido los saca de sus dudas. Les dice que un espíritu no tiene carne y huesos como Él tiene. La resurrección de Cristo fue real. No fue en espíritu, como pretenden decirnos algunas personas confundidas. Para verificar aún más, les pide de comer y come con ellos. ¿Puede comer un espíritu?
Finalmente les dice que los hace parte de la redención del mundo, por su misión de predicar la Buena Nueva a todas las naciones, para que se les perdonen sus pecados. Nuestra misión, como la de los apóstoles, es dar a conocer a Cristo, su palabra, su obra. Es considerar sagrado lo que él consideró sagrado, el servicio a los demás. Es humillarnos por el Reino de los Cielos, para asegurar nuestro tesoro en lo alto. Leer su palabra cada día y poner en práctica lo que ella nos indica es un paso gigantesco hacia la salvación. Que el Dios que nos trajo la salvación nos conceda la gracia inmensa de su paz y nos sustente a la hora de poner por obra su palabra por amor del prójimo.
miércoles, 15 de abril de 2009
Los discípulos de Emaús (Lucas 24:13-35)
El segundo elemento, es la aparición de Jesús. Es curioso cómo cumple Cristo sus promesas. “Cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Aun cuando los discípulos sólo hablaban de lo que había pasado, el Maestro se pone en medio de ellos, los sigue mientras ellos discuten sobre su desgracia. Esto se debe a que los discípulos tenían una conversación espiritual. Pero no lo reconocen. Es lo mismo que le sucede a Pedro, mientras estaban pescando. Jesús se aparece y dice el Evangelio: “Pero los discípulos no podían saber que era Él” (Juan 21:4). Jesús se encuentra en su cuerpo glorioso, y eso impide que incluso los allegados lo puedan reconocer.
Finalmente parte el pan con ellos y es entonces cuando se les abren los ojos. Vemos aquí el símbolo de la Eucaristía. Comulgar el cuerpo de Cristo nos abre los ojos espirituales y podemos reconocer a Cristo dondequiera que lo encontremos. El Maestro entonces desaparece de su vista. Los discípulos vuelven a Jerusalén, a testimoniar la resurrección del Señor. Es lo que nos debe pasar cada vez que comemos con el Señor en su mesa. Cada domingo debe ser una nueva epifanía de Cristo en nuestras vidas. Cada domingo debemos salir con el ánimo dispuesto a testificar de su resurrección. Que este mensaje de hoy nos sirva de punto de partida para encontrarnos siempre con Jesucristo, que la misa se convierta en ese reconocimiento de nuestra necesidad de estar con el Maestro y que Él nos hable, y que nuestro corazón “arda con sus palabras” (Lucas 24:32).
domingo, 12 de abril de 2009
Una invitación muy apropiada
El 1º Domingo de Mayo celebraremos el Día internacional de los Separados - Divorciados en Nueva Unión, y aunque quizás no sea un hecho trascendente ni vaya a cambiar el curso de la historia, queremos compartirlo e invitar a que se sumen.
Quienes vivimos disfrutando de la nueva oportunidad que nos dio la vida, a pesar de no tener acceso a la eucaristía nos sentimos indisolublemente ligados a la Iglesia en virtud de nuestro bautismo y cargamos nuestra cruz en la convicción de la eterna misericordia.
Todas las opiniones son respetables, pero nosotros asumimos las limitaciones que la Iglesia nos impone y seguimos adelante con nuestra fe, viviendo la alegría que nos da la resurrección, con esperanza que quizás algún día, nuestra situación pueda ser considerada de un modo algo diferente.
Mundy
labarca@ymail.com
www.labarcaglobal.blogspot.com