jueves, 27 de agosto de 2009

Porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el sueño hará vestir andrajos (Proverbios 23:21).

Esta es otra de las formas en que podemos negarnos a nosotros mismos, dejando de comer y beber en exceso, o mostrarnos diligentes. La gula está considerada como uno de los pecados capitales. A ella se opone la moderación. Comer y beber en exceso no puede sólo considerarse una libertad personal. Cuando nos aplicamos a eso, simplemente estamos dando rienda suelta a una adicción. Al fin y al cabo se convertirá en perjuicio para nuestra salud. No se diga el efecto que esto tiene en el autocontrol. Hoy día mucha gente se abstiene de comer por distintas razones: religión, dieta, salud. Dios ya nos ha dado una forma de hacer que podamos cumplir con nuestro cuerpo a la vez que fortalece nuestro espíritu: el ayuno.

La Iglesia declara unos días para el ayuno: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Asimismo recomienda la abstinencia de carne para los viernes de cuaresma. Curiosamente, entendemos que esto es un capricho de la jerarquía. No es así, el ayuno nos permite lograr que nuestro cuerpo baje calorías, y aprendemos a esforzarnos para no comer en exceso. Si lo practicáramos semanalmente en lugar de dos veces al año podríamos rebajar de peso y mantener nuestra salud en orden. Claro, a eso tendría que venir en ayuda el comer saludablemente y mantener asimismo un régimen de ejercicio. Comer y beber en exceso es causa de muchas caídas. He conocido personas con problemas tales como alta presión, diabetes y otras condiciones más graves por no saber controlar el apetito ni la boca. Algunas lo reconocen a tiempo y entonces comienzan a rebajar, hacer ejercicio y controlan todas sus condiciones. Otros que beben demasiado caen en el vicio del alcoholismo y luego no solamente sufren ellos, sino que hacen sufrir a los demás: se convierten en maltratantes, desperdician su dinero, tienen aparatosos accidentes de tránsito y se matan ellos o matan a inocentes, y también mueren de enfermedades tales como la cirrosis.

Por otro lado, este texto habla de la misma manera sobre la pereza, otro de los pecados capitales. Ser perezoso implica querer descansar todo el día. Estar sin hacer nada la mayor parte del tiempo, descuidar las obligaciones de tu puesto o de tu casa, vaguear todo el tiempo. Matar el tiempo es una forma de pereza. Ciertamente tenemos que descansar, porque Dios nos dio el ejemplo cuando descansó el séptimo día de la creación. Nuestro cuerpo necesita dormir diariamente, nuestra mente necesita reposar de todo el estrés diario, pero tampoco lo podemos hacer desmesuradamente, sin concierto, durmiendo en cada esquina que encontremos, en la casa, en el trabajo, en las clases. Efecto: falta de producción, producción mediocre, despidos del trabajo. Solución: la diligencia. Hacer lo que tienes que hacer cuando lo tienes que hacer. “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy,” dijo Benjamín Franklin en su autobiografía. Consejo más práctico no existe en el mundo.

Pensemos hoy que Dios nos ha puesto en nuestro trabajo, en nuestra casa para hacer el máximo. Si nos convertimos en adictos a la comida o a la bebida, o si somos perezosos, la vida se hará sal y agua, nos perderemos lo mejor y nos llevaremos enredado a nuestro prójimo con nosotros.