sábado, 26 de diciembre de 2009

Juan 1:1-16

Este evangelio es uno de los más hermosos que conozco, por muchas razones. Tiene una gran calidad poética, como todo el evangelio de San Juan. También nos introduce en el misterio de la encarnación, al revelarnos la filiación divina de Jesús. Además nos propone entusiastamente cómo nos hacemos hijos de Dios por seguir al Verbo encarnado.

Al hablarnos de la palabra como principio divino, Juan nos está diciendo que Jesús es la forma en que Dios creó al mundo. Nos habla asimismo de cómo debemos entender que la creación se trata en última instancia de ver el mundo de alguna manera y así crearlo. Esto entraña un concepto muy profundo. Siempre se nos ha dicho que los poetas son visionarios, que nos ofrecen percepciones del mundo que rebasan nuesro entendimiento. En este caso, el concepto detrás de decir que Jesús es la palabra implica que nuestras palabras forman nuestro mundo. Por ese motivo nuestras palabras siempre debens er de construcción y no de destrucción. San Pablo amonesta a algunos de sus discípulos y les dice que no utilicen malas palabras para que no ofendan al espíritu de Dios. Lo que esto significa es que cuando nos comunicamos vertemos en el discurso nuestra forma de ver la vida, el orbe. Si nuestras palabras son de pesimismo, de tristeza, de carencia, ése es el mudno que percibiremos. Cuando Dios acaba de hacer algo en la creación siempre el escritor sagrado añade, “y vio Dios que todo era bueno.” En principio, la creación se hace por la palabra: “Por Él todo se hizo y sin Él nada llegó a ser sin Él” (1:3). Así que la calidad de la palabra influye en la calidad de la creación.

El Verbo también acarrea la calidad de la vida, por la luz. La luz se ha encarnado y da vida. Nos separa de las tinieblas. Las tinieblas, en el sentido bíblico, no tienen sólo que ver con la falta de iluminación, sino asimismo con la oscuridad de nuestra alma. Jesús se ha encarnado para que tengamos luz en nuestra vida. Sus palabras y sus hechos son modelos para nuestra existencia. Cada vez que tenemos algun obstáculo en nuestra vida, nos podemos preguntar qué palabras o hechos de Cristo iluminan ese espacio de nuestro devenir, y seguramente encontraremos una avenida de solución para nuestro sendero.

Los suyos no lo recibieron, dice el evangelista. Ese rechazo se da igualmente en nuestro mundo cada día. Hemos entronizado al consumo y la comodidad. Para nosotros, la fe no tiene espacio, la caridad no tiene espacio. Sólo lo que me conviene a mí es parte de mi creencia. No obstante, si lo seguimos, nos da la virtud e de ser Hijos de Dios, en el Espíritu. Veremos su gloria, compartiremos su reino porque somos igualmente herederos. Hay que meditar en este evangelio para saber qué ha implicado que Jesús, el Hijo de Dios haya bajado al mundo para comunicarnos su gloria y su verdad.