martes, 22 de marzo de 2011

Isaías 1,10.16-20

La lectura que nos propone hoy la liturgia es esclarecedora de muchos asuntos. Primero, ¿por qué muchas veces tenemos problemas o no sabemos enfrentarlos? En la apertura de este texto, el profeta nos insta a escuchar la palabra de Dios. Escuchar la palabra de Dios no significa sentarse en un banco de la iglesia y creer que estamos en el cine, o en un discurso. He visto personas en el templo que llevan sus cuadernos y toman apuntes mientras el sacerdote habla. De eso se trata. Una vez que hemos oído la palabra, debemos saber qué dice. En primera instancia, qué significaba para aquella gente lo que el profeta dice. Es el contexto. No nos habla principalmente a nosotros en ese momento. Isaías tenía un público. Si nos damos cuenta, en este texto el profeta se dirige a los príncipes de Sodoma y al pueblo de Gomorra. ¿Habrá ahí un mensaje?

Si recordamos, Sodoma y Gomorra fueron los pueblos que destruyó Dios por sus iniquidades. Abraham intentó interceder por ellos, pero Dios le hizo saber que no había allí ni siquiera diez justos para salvar a los pueblos. Dos ángeles fueron a sacar a Lot, sobrino del patriarca, y a su familia. También nos viene a la mente que cuando llegaron los ángeles, los sodomitas le pidieron a Lot que se los diera para divertirse con ellos. Lot, sabiendo que aquellos dos seres eran divinos, les ofreció a sus propias hijas, que eran incluso vírgenes. Aquellos hombres no querían saber de sus hijas, querían a los ángeles. Estos le dijeron a Lot que se olvidara. Al siguiente día, salieron de allí y Dios mandó fuego que destruyó la ciudad. Lot perdió a su esposa, porque esta miró hacia atrás a despecho de que los ángeles le habían advertido que no lo hiciera (Génesis 18-19).

Entonces vemos que Isaías no se dirige a esos pueblos. Estos nombres tienen un valor simbólico: se dirige a los practicantes de la iniquidad. En muchos casos nosotros los cristianos pecamos también por no saber de qué se trata la espiritualidad.
Luego, el profeta nos dice que nos limpiemos, que apartemos nuestros pecados de su vista. Este tiempo de cuaresma se presta para eso: la penitencia. Aunque esto es un tema que debemos practicar diariamente, en esta temporada se acrecienta la necesidad de lavarnos, de limpiar nuestros cuerpos y nuestra mente del residuo del pecado. Pensamos que pecar es robar y matar, como si no existieran otras transgresiones, y por esa razón el profeta nos recuerda algunos asuntos que debemos tomar en cuenta. Veamos qué nos propone:

1) Busquen el derecho. Es la primera observación del profeta. En nuestros países existen leyes para proteger a la gente. No obstante, muchos servidores públicos se olvidan de eso y buscan no el derecho de la gente, sino su propio provecho. Cuando veamos injusticias de este tipo, levantemos nuestras voces, hagamos ruido. Los maestros y maestras deben enseñar a sus estudiantes en qué consiste la justicia, y enseñarlos también a practicarla.

2) Enderecen al oprimido. Esta tiene que ver directamente con la otra. Buscar el derecho es sencillamente ayudar a aquella gente que los gobiernos tratan mal. Son los marginados. Jesús tenía particular amor por estos “pobres de Yaveh.” Se incluyen aquí los enfermos, los deambulantes, los que han sido torturados, los que sufren desastres naturales (hoy día Haití y Japón son dos buenos ejemplos), los perseguidos por buscar la justicia (en Puerto Rico los estudiantes de la universidad, que han sido sometidos a toda clase de abusos por parte del gobierno, y hasta han sido criminalizados por exigir lo que es justo). No se trata de creer que el mundo rueda porque las grandes corporaciones dan vida económica a los pueblos, porque dan empleos y traen comercio. Se trata de ver cuánto daño hacen en el camino por darnos esas migajas.

3) Defender al huérfano y proteger a la viuda. Se trata en este caso de lo mismo. Ayudar al menesteroso, al que ha quedado desprotegido. Las viudas, en el pueblo de Israel, quedaban sin ayuda de nadie. Es por esto que Jesús le encomienda a Juan a su madre desde la cruz. María no tenía ya a José, quien había muerto antes. Es por eso que Jesús en el camino a Jerusalén resucita al hijo de la viuda de Naím. Ella ha quedado sola, y él le toma misericordia. ¿A cuántos de estos nos encontramos en el camino y no ayudamos? Tenemos que tomar ejemplo del Buen Samaritano. Ayudar aunque no recibamos recompensa. Porque fijémonos en lo que nos dice Dios:

4) Nuestras almas estarán limpias (aunque sus pecados sean como la grana, los convertiré en nieve); seremos productivos y no sufriremos de hambre (lo sabroso de la tierra comerán). Todo esto, si sabemos obedecer. En cambio, si desobedecemos las leyes del Señor, ¿qué pasará?

5) La espada los comerá. En los países en los que la corrupción gubernamental es grande, y no se ayuda al menesteroso, florece la criminalidad. Eso lo estamos viendo en diferentes lugares en el mundo. En Puerto Rico hay un asesinato diario por lo menos, a veces más. La crisis económica, que se agrava cada vez que hay un conflicto armado, surte el efecto de disparar el desempleo y la desigualdad social. Los gobiernos despiden a las personas de sus empleos, las sacan de un bienestar para arrojarlas a la ignominia. Mientras tanto, los comerciales bombardean al público con bienes para comprar, con estatus innecesarios; el sistema agobia al pueblo con impuestos que no se usan para nada sino para enriquecer a los políticos. La espada nos come, por supuesto.

Es imperativo volver a la palabra de Dios. Los problemas surgen por eso. Dios es la fuente de la abundancia, y por esa razón debemos orar para que se abran los cielos y venga la justicia. Como reza el Padrenuestro, “venga a nosotros tu Reino.”

jueves, 17 de marzo de 2011

Mateo 7, 7-12

Este es el evangelio que yo considero uno de los más importantes de toda la Escritura. Primeramente, porque trata de la oración. La oración es el recurso más efectivo que existe para todos los problemas que se nos puedan presentar. Asimismo, es el medio que todos deberíamos utilizar diariamente para conectar nuestras vidas con Dios. ¿Por qué muchas veces abandonamos la práctica de la oración? ¿Por qué solamente oramos en muchas ocasiones porque tenemos problemas? La oración es la conversación que podríamos tener con un amigo. En este caso, el mejor amigo que podemos tener: es rico, misericordioso, paciente, inteligente, astuto, espiritual. ¿Habrá mejor relación que esta? Segundo, porque habla de la misericordia de Dios.

Curiosamente, Cristo en este evangelio nos habla de la oración de petición: “Pidan y se les dará.” ¿Qué pedimos en nuestra oración? Yo suelo pedir de todo: inspiración para escribir, para producir música, para resolver problemas, para tener asertividad. Pido incluso bienes que me pueden ayudar a mejorar mi vida y la de otros, luz para ver mis fallas. Últimamente también he estado pidiendo optimismo, porque dadas las circunstancias en las que vivimos, el temor, que es el mayor de los enemigos de la fe, nos ataca. Así pues, pido al Señor que me quite ese miedo, porque sé que Él es la fuente de toda abundancia, de la salud, del bienestar, de la caridad. Tengo que saber que Dios me protege si estoy con Él. Eso no quiere decir que me veré libre de problemas como si Él fuera Súperman y no deja que nada pase. Dios nos ayuda en capear los problemas, en aprender a cómo manejarlos.

La segunda parte habla en cierto modo del amor de Dios. Jesús lo compara con el de nuestros padres y madres, y dice que aunque nosotros somos imperfectos, buscamos cosas buenas para nuestros hijos e hijas. Dios es mucho mejor que nosotros. Por lo tanto, pensar que Dios no nos dará algo solo por capricho, es pensar desacertadamente. Dios no nos daría algo solo porque no nos conviene. ¿Cuántas veces habremos pedido algo y Dios no nos lo ha concedido? Cuando eso pasa, después tenemos una prueba de que lo que nos ha dado es mucho mejor. Hace tiempo le pedí a Dios un trabajo específico, y no me lo dio. Viví angustiado porque pensaba que aquel lugar era más prestigioso, que la gente me vería como inferior si no trabajaba allí. Me llamaron en tres ocasiones para después negarme la posición con las excusas más triviales que hubiera visto. Me di cuenta de que gente con menos preparación y méritos entraba allí sin ningún problema. No obstante, Dios me había puesto en otro lugar. Al cabo de mucho tiempo, me he dado cuenta de que estoy en el lugar que debía estar. Aquí he encontrado paz en mi trabajo. Donde estoy me celebran mis triunfos, he tenido la oportunidad de hacer lo que no hubiera podido lograr en el otro lugar, por las razones que sea. Dios me puso donde debía estar. Su misericordia no tiene fin. Si le pedimos con fe, Él responderá de una u otra manera. Hagámoslo así, y Él se presentará.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Marcos 10:32-45

En este pasaje, Cristo pone en claro lo que es ser servidor de los demás. La primera parte de este evangelio se centra en anunciarnos la pasión y la resurrección del Señor, dos misterios clave de nuestras creencias. Como se advierte, a los discípulos les pasa lo de siempre, andan asustados por la actitud del Maestro. “Este está caminando muy rápido,” nos parece oírles decir. Da la impresión de que Cristo tiene prisa por decirles lo que va a suceder. Quería hacerles saber que tenían que prepararse para lo peor. Los anuncios siempre tienen ese objetivo, decirnos lo que se acerca para que podamos hacer arreglos.

Cristo, además, pone en perspectiva lo que pasará cuando él se vaya. Los Zebedeos se le acercan para pedirle el favor de que los deje estar a su derecha y a su izquierda. Es curioso cómo estas actitudes no son nada nuevas. Estos dos seres querían el privilegio del poder. En otro evangelio, es su madre quien se lo pide a Jesús (Mateo 20:20ss). Creemos que se trata de estar al lado de quien ostenta el poder. Eso nos dará autoridad, prestigio, concesiones. Resulta una actitud muy humana. Juan y Santiago no sabían lo que pedían, no desde el punto de vista divino, por supuesto. Jesús les habla sobre el cáliz que tiene que beber, y el bautismo que sufrirá. Ellos dicen que lo pueden hacer también. Sentarnos con Jesús implica un sacrificio, un estigma. Sobre todo en el mundo de hoy ser cristiano carga el sambenito de que somos seres supersticiosos, anticuados. En algunos países supone incluso ser objetos de persecución y acoso; hasta tortura. Los seres que no creen en Dios o en Jesucristo piensan que los cristianos somos una plaga porque abogamos por la justicia y la equidad. Se nos acusa de comunistas si denunciamos el capitalismo rampante que causa pobreza e injusticia. También se nos acusa de lo mismo si abogamos por el que no tiene. Los gobiernos se aprovechan de la magnanimidad de los cristianos cuando estos se ponen en camino para ayudar a países que han caído en la desgracia, como Haití u otros. No nos ayudan, pero saben que nosotros daremos la mano al hermano caído. Algunos alegan que crear espacios para medicina social es de países dictatoriales, y se alían con los grandes intereses como las farmacéuticas, las megatiendas, los desarrolladores y nos endilgan la doctrina de la empresa privada, la propiedad privada. No es malo que la gente más capaz tenga más, nos dicen. Y uno piensa, ¿qué quiere decir más capaz? Jesús dijo: “Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz para sus asuntos.”

Los Zebedeos bebieron el cáliz y se bautizaron como Jesús: Juan fue desterrado a la Isla de Patmos mientras que Santiago fue lanzado a su muerte desde lo alto de un edificio. De alguna manera nos toca sufrir lo mismo a los que seguimos a Jesús.

No obstante, la máxima de Jesús es la que debemos seguir. Oigamos los que nos dice: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos."

El servicio a los demás debe ser nuestra prioridad en el mundo. Dios ayuda a quien ayuda alegremente. Por lo tanto, tenemos que estar alertas. Ahora que se acerca la Cuaresma, el sacrificio natural debe ser fijarnos en las necesidades del prójimo y ayudarlo. Dar al que pide, ofercer asilo a quien lo necesita, vestir al desnudo, alimentar al hambriento. No hay que cuestionar por qué está así nuestro hermano. Cuando le preguntaron a Jesús por qué aquel hombre estaba ciego, si porque había pecado él o sus padres, Jesús dijo que por ninguno, que estaba así para que la gloria de Dios se manifestara en él. Hagamos que la gloria y el poder de Dios se vea a través de nosotros por el servicio.