Estas dos parábolas tienen un contenido similar. Ambas, creo yo, apuntan a lo mismo. La única diferencia que encuentro y que comentaré específicamente es que mientras la del grano de mostaza alude a un hombre que siembra, la de la levadura alude a una mujer que cocina, o que se dedica a sus tareas domésticas. Cada una de las parábolas nos remite al mismo mensaje: como dice el proverbio chino, "todo gran viaje empieza por el primer paso." Si hablamos del reino de Dios, sembrar algo como un grano de mostaza es saber que una vez que lo hagamos esto se esparcirá y nadie podrá detenerlo. La fuerza del reino es tal que aunque queramos, hará su viaje y nada lo detendrá. Lo mismo sucede con la levadura en la masa, una vez puesta, lo fermenta todo. En la vida muchas veces creemos que no se puede hacer nada porque no tenemos poder. Atribuimos el poder al dinero, a la clase social, a la educación, a la presión ejercida por grupos poderosos. La vida nos ha dado muchos ejemplos de que eso no es necesariamente así. La labor pequeña, esa que hacemos con amor, y que nunca la dejamos de hacer produce excelentes frutos, poderosos frutos. No podemos desestimar el valor de lo que hacemos cotidianamente. Pongamos primero algunos ejemplos tomados de la historia.
El primer caso es el del mismo Jesús. Nosotros pensamos que lo que hizo Jesús se ha esparcido por el mundo por el solo hecho de que Él es Dios. Eso es cierto por una parte, pero el mismo Cristo atribuyó a sus apóstoles poderes que hicieron que ese mensaje pequeño se difundiera. Cristo vivió una vida al margen de los poderes. No era de la casta de los sacerdotes, no era fariseo, no era un rabino reconocido por la Ley por la misma razón. Su labor se concentró en una parte de Palestina. Los historiadores de la época, como Plinio el Joven, Josefo y Herodoto, lo consignan como una especie de revolucionario que sufrió la traición y el castigo, como cualquier otro subversivo de la Historia. Pero el solo hecho de enviar a sus discípulos a predicar el evangelio y el hecho de que ellos aceptaran y fueran, reuniéndose a escondidas, y en grupos pequeños, logró lo que hoy sabemos, la religión con más adeptos en el mundo. Lo mismo logró San Francisco de Asís. Él no quería fundar una orden. Sólo deseaba servir a Dios. Empezó solo, y se le fueron uniendo personas que querían vivir ese estilo de vida. Y así nació la orden franciscana.
Si queremos lograr cosas grandes, debemos empezar por lo pequeño. Recuerdo el caso de dos profesoras universitarias. Cuando al Caribe lo azotó el huracán Georges (1998), mucha ayuda fluyó para Puerto Rico y la República Dominicana. No obstante, para Haití no fue así. Ellas pensaron que podían hacer algo por el hermano país. Se presentaron en sus respectivos salones y les dijeron a los estudiantes que el que quisiera podía ayudar a Haití. Que los que quisieran trajeran una bolsita de arroz. Los primeros días obtuvieron más o menos una docena o dos de paquetes de arroz. Luego se les ocurrió que si enviaban un mensaje electrónico al profesorado, alguno podría también hacer la campaña. Y así lo hicieron. Muchos de los/as profesores/as les ofrecieron puntos al estudiantado por aquella pequeña tarea. Al cabo de dos semanas, tenían en sus oficinas más de 1,500 paquetes de arroz, que nos les cabían allí. Se comunicaron con una hermana de la caridad, y ella les dijo que se los enviaran, que la orden los haría llegar a Haití. Ellas lo hicieron, y así cumplieron con la caridad.
Podemos sembrar muchos granos de mostaza en nuestras vidas y en las de los que nos rodean. A los niños/as les podemos enseñar valores desde pequeños/as. Cada día podemos hacer oración, aunque sea poquita, por obras de caridad, por misiones. Santa Teresita del Niño Jesús fue nombrada patrona de las misiones por rezar todos los días por un solo misionero. Uno que ella ni siquiera conocía: "por mi misionero," decía. Se lo podemos encomendar a Dios, Él sabrá qué hacer con nuestra oración. Podemos dar dinero, aunque sea poquito (ninguna cantidad es desdeñable) a alguna entidad caritativa. Podemos predicar algo a alguien. Decirle a alguien que Dios lo ama, en algún momento que sepamos que esa persona pasa por un mal momento. Podemos escuchar a alguien que necesita desesperadamente que lo escuchen. Cada pequeña obra que hagamos hará un bien mayúsculo. Porque las buenas obras son como el efecto dominó, siguen hacia el frente, se multiplican. Así fermentaremos toda la masa. Y así esparciremos también el Reino de Dios.