jueves, 20 de diciembre de 2007

Parábola de los viñadores homicidas (Mateo21, 33-46; Marcos 12, 1-12; Lucas 20, 9-19)

Esta parábola es un aviso a todos nosotros, los que componemos el Pueblo de Dios. En aquel tiempo, Jesús comisionó su Iglesia a Pedro, y le dijo que por favor, pastoreara sus ovejas. Ya en ese grupo de apóstoles había una actitud que hoy día se ha vuelto de alguna manera inaguantable. En primera instancia, Santiago y Juan, a quienes se les llama "los hijos del trueno," por su actitud fuerte, tratan de obtener los primeros puestos en el Reino de Jesús. Su madre se acerca al Maestro y se lo pide. En cierto sentido, nosotros hemos hecho lo mismo. En muchas parroquias existen los feudos, personas que se quieren apropiar de espacios y no los ceden ni permiten que el sacerdote los rote. Están ahí hasta que se mueren o se enferman y no pueden volver. Son la "mano derecha del padre, " los más que saben de la parroquia, los que no se pierden ni un baile de muñecas. Esta actitud deja mucho que desear, porque no estamos en la iglesia para parecer gente importante, sino para servir, que fue lo que les dijo Jesús a los discípulos cuando los oyó discutir sobre quién era el más importante entre ellos. Pues si hacemos eso, actuamos un poco como esos viñadores que quisieron apropiarse de la herencia del hijo.
Asimismo, Jesús habla en esta parábola sobre los fariseos. Los fariseos querían el Reino para ellos. Les gustaba que les llamaran "maestros" y "doctores". Se apegaban fuertemente a los ritos, a las palabras, muchas veces vacías. Se escribían o bordaban los mandamientos a las túnicas y a los sombreros, para hacer ver que siempre los estaban mirando y cumpliendo. En muchos momentos, Jesús les dice que ellos no entienden la misericordia porque están apegados a las tradiciones y a la Ley. Se olvidaban del prójimo, sobre todo de los marginados porque se sentían superiores. ¿Cuántos de nosotros no actuamos así hoy día? Creemos que nos salvaremos porque todos los domingos vamos a misa, aunque cuando nos pregunten de qué se habló allí no sepamos nada. Creemos que de eso se trata ser cristiano. No damos dinero a la caridad, ni a la Iglesia. Ponemos excusas tan burdas como que "la Iglesia es rica," y luego vamos y nos gastamos un montón de dinero en cosas superfluas. Durante la Semana Santa nos encanta ir el Domingo de Ramos a tomar la rama de palma, aunque nunca más volvamos al templo; y el Jueves Santo por la noche visitamos los monumentos. Para muchos de nosotros, de eso se trata la espiritualidad, de los ritos, las palabras vacías, como los fariseos. Salimos de la Iglesia y apoyamos la guerra, la pena de muerte, y hasta nos hacemos solidarios de causas opresivas porque pensamos que la gente que protesta es molestosa y estorbona. Hemos convertido las navidades en ritos de compras, en adoración a seres inexistentes como Santa Claus, los renos, el hombre de nieve, y los enanos que hacen juguetes. Todo en nombre de la rutina, de la vaciedad de los ritos.
En muchas ocasiones hacemos lo mismo que los viñadores homicidas, matamos, aunque sea simbólicamente, a los mensajeros de Dios. No nos gusta la gente que nos dice que lo estamos haciendo mal. La manera más sencilla es tildarlos de locos, como le hicieron a Jesús. Luego, si eso no da resultado, los matamos de verdad. Eso le pasó a Martin Luther King, a Mahatma Gandi. Los ridiculizamos diciendo que no están al corriente de los tiempos, que se vayan a otra parte con sus ideas atrasadas. Hacemos exactamente lo mismo que los judíos hacían, matamos a los profetas.
Entonces, cuando ya no podemos, y nos mandan al Hijo en persona, pues empezamos a decir que lo amamos, que es el único camino. No obstante, si ese Hijo nos dice que lo estamos haciendo mal, pues lo sustituimos por algún diosecito inventado. Lo mismo que los judíos en el desierto, el becerro de oro. Ahí entran los sicólogos, que nos dicen que no debemos llevarles la contraria a nuestros hijos e hijas porque los traumamos. No se nos permite enseñarles valores como la disciplina, como la solidaridad, la caridad, porque eso es religión y se confunden. En otros casos, hay gente que se inventa sus propias reglas en cuanto a la espiritualidad. Si la Iglesia dice algo en términos de moral, la cuestionamos, y a veces hasta nos oponemos. Pero a los grandes intereses económicos y militares no los cuestionamos. Un hijo nuestro se quiere hacer sacerdote, y le decimos que lo piense, que le puede ir mal. No obstante, si decide hacerse soldado, lo decimos con orgullo. Un sacerdote o un monje entra a un avión y nadie lo saluda o nadie le hace una reverencia de cualquier tipo. Pero he oído que en algunos vuelos, las azafatas les piden a los soldados o soldadas que se muevan a primera clase. En otros vuelos he oído que los aplauden porque están defendiendo nuestros valores. ¿De qué valores hablarán? ¿Del culto a la violencia, al dinero y a las clases sociales altas?
¿Por qué no hacen lo mismo con los maestros y maestras del mundo? Estos dan sus vidas en pro de la enseñanza de los niños y niñas. No obstante, un maestro es un cero a la izquierda en este sistema. Qué curioso, Cristo era el Maestro. Pero lo hemos sustituido por los médicos, los abogados, los ingenieros, los banqueros. Aquellos que "de verdad" nos pueden ayudar. Hemos matado al Hijo y queremos quedarnos con la viña, porque creemos que así seremos verdaderamente sus herederos. La parábola es clara, es siendo fieles al amo como lograremos parte en su herencia. Hemos inventado un mundo a nuestra manera, y deseamos que Dios nos lo valide. Que pequemos y nadie nos diga nada, porque tenemos libertad.
El mensaje al final nos dice qué pasará si persistimos en esta idea. Dios nos borrará. ¿No nos hemos dado cuenta de que Dios es Todopoderoso? ¿Que no podemos contra Él? Ese fue el error de Adán y Eva. Creer que serían como Dios. No dejemos que la soberbia nos ataque. Humillémonos delante de Dios y reconozcamos su poder y su misericordia. Y digamos, "aquí estoy, Señor, mándame."

martes, 11 de diciembre de 2007

Parábola del guía ciego (Mateo 15, 14; Lucas 6, 39)

Quizá usted piense que esta parábola es muy corta para tener un mensaje largo y profundo. No es así. En la vida diaria tenemos muchos ejemplos de guías ciegos. Gente que sin saber lo que está haciendo, pretende enseñar a otros. En primera instancia tomemos la vida espiritual. En la Iglesia hay muchas personas que son sólo católicos de domingo. Una vez que salen del templo, no practican nada más durante la semana. No oran, no meditan, no leen la palabra, no ven películas religiosas ni oyen música sagrada. Tampoco visitan el Santísimo ni practican alguna devoción. Son esos mismos los que luego se erigen en teólogos y sabelotodos a la hora de que alguien pregunta algo. He oído a católicos decir que la Iglesia ha eliminado la confesión, que ya se aceptan los contraceptivos. También los he oído decir que la Iglesia acepta el divorcio. Un día de éstos oiré a alguien decir que la Iglesia acepta y promueve la pena de muerte. Son personas que hacen mucho daño, porque se inventan el mundo en el que viven. Y lo malo es que no se lo guardan para ellos, sino que lo promueven. Tenemos que estar alertas a esos guías ciegos, para que no nos perjudiquen con sus prédicas erradas y vacías.
Hace tiempo, cuando hacía mi retiro de postulantado para la Orden Franciscana Seglar, me tocó en una de las mesas con un señor que decía ser "rollista" para los cursillos de cristiandad. Que él daba el rollo de la eucaristía. Y que allí le decía a la gente cómo la eucaristía era el "símbolo" del cuerpo de Cristo. Yo me quedé pasmado y no me pude contener, como joven al fin. Y le pregunté: ¿Quién le dijo a usted que la eucaristía es el símbolo del cuerpo de Cristo? Gagueó y no me contestó nada. Yo seguí y le dije: "La eucaristía es el cuerpo real de Cristo, no un símbolo. El pan y el vino son signos sacramentales de la presencia REAL de Jesús allí. Usted no debe andar diciendo eso." Se quedó muy cortado, y yo me preguntaba quién le había dado a esa persona tamaña responsabilidad. Era otro guía ciego.
En la vida ordinaria, hay demasiados ejemplos de esto. Podemos empezar por maestros/as que no se preparan lo suficiente para asistir a sus salones de clase. Se presentan allí e improvisan lo que van a enseñar, o enseñan cosas innecesarias. Quien sufre esto es el estudiantado. Seguimos por personas que no habiendo estudiado una materia se erigen en maestros o maestras de ella. Soy maestro de lengua, y a menudo vienen estudiantes a mis salones de clase y me preguntan: Profesor, ¿tal palabra está aceptada? Y me dicen algún disparate o palabra que no está privilegiada por el habla o la academia. Les pregunto a mi vez: ¿Quién te dijo eso? Ah, mi maestro/a de arte, o de música, o de historia, según sea el caso. Zapatero a su zapato, les contesto. Creo que nuestra responsabilidad en ese caso es estar bien informados antes de emitir juicios sobre materias que no conocemos.
En otros casos asimismo se puede palpar la enseñanza de esta parábola tan sabia. Mi esposa y yo fuimos matrimonios acogedores por unos años en nuestra parroquia. Nuestra labor consistía en compartir nuestra experiencia matrimonial con parejas que se iban a casar. Contestábamos con ellos unos cuestionarios que nos daban la oportunidad de decirles cómo nos funcionaban a nosotros esos elementos que se mencionaban allí. Recuerdo un caso particular. A nuestra casa llegó un día una pareja, cuyo novio se había divorciado antes. Como no se había casado por la iglesia católica, pues ahora lo podía hacer. Tan pronto comenzamos a discutir las cosas, él se adelantaba a dar sus opiniones de hombre experimentado en el matrimonio. Y quería él ser el maestro de su novia. A mí aquello me dio un poco de coraje y le dije: "Fulano, esta es otra experiencia. La primera, en tu caso no funcionó. No puedes traer esas ideas a esta relación porque harán que también esta fracase. Lo que hay que hacer ahora es construir una filosofía de vida que sea de ustedes dos, no la de tu anterior matrimonio." Él se había convertido en un guía ciego porque no había aprendido de sus errores pasados.
En materia de finanzas también se ve la enseñanza de esta parábola sabia. Conozco a una persona que por gastadora se tuvo que ir a la corte de quiebras. Luego otra conocida empezó a tener problemas económicos y ella se presentó a su casa a enseñarle cómo debía ahorrar para poder hacer sus cosas bien.
Esta parábola nos enseña que nuestro primer maestro en materia de espiritualidad es Cristo, luego sus ministros en la tierra, después aquellos laicos preparados que han estudiado bien la teología y nos pueden guiar para aprender lo necesario. En otras materias siempre tenemos que depender de los especialistas en el área. No hagamos como hizo una vez una pacienta de un médico que conozco. Cuando él le preguntó cómo había seguido le dijo que no muy bien, porque no se había tomado los medicamentos que él le recetó. Su vecina le había dicho que esos medicamentos le harían daño. Él le dijo que como su vecina parecía ser doctora en medicina, que se fuera a tratar con ella.
Cristo nos instruye como siempre a buscar la mejor opción para toda nuestra vida.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Parábolas del grano de mostaza (Mateo13, 31-32; Marcos 4, 30-32; Lucas 13, 18-19) y de la levadura en la masa (Mateo13, 33; Lucas 13, 20-21)

Estas dos parábolas tienen un contenido similar. Ambas, creo yo, apuntan a lo mismo. La única diferencia que encuentro y que comentaré específicamente es que mientras la del grano de mostaza alude a un hombre que siembra, la de la levadura alude a una mujer que cocina, o que se dedica a sus tareas domésticas. Cada una de las parábolas nos remite al mismo mensaje: como dice el proverbio chino, "todo gran viaje empieza por el primer paso." Si hablamos del reino de Dios, sembrar algo como un grano de mostaza es saber que una vez que lo hagamos esto se esparcirá y nadie podrá detenerlo. La fuerza del reino es tal que aunque queramos, hará su viaje y nada lo detendrá. Lo mismo sucede con la levadura en la masa, una vez puesta, lo fermenta todo. En la vida muchas veces creemos que no se puede hacer nada porque no tenemos poder. Atribuimos el poder al dinero, a la clase social, a la educación, a la presión ejercida por grupos poderosos. La vida nos ha dado muchos ejemplos de que eso no es necesariamente así. La labor pequeña, esa que hacemos con amor, y que nunca la dejamos de hacer produce excelentes frutos, poderosos frutos. No podemos desestimar el valor de lo que hacemos cotidianamente. Pongamos primero algunos ejemplos tomados de la historia.

El primer caso es el del mismo Jesús. Nosotros pensamos que lo que hizo Jesús se ha esparcido por el mundo por el solo hecho de que Él es Dios. Eso es cierto por una parte, pero el mismo Cristo atribuyó a sus apóstoles poderes que hicieron que ese mensaje pequeño se difundiera. Cristo vivió una vida al margen de los poderes. No era de la casta de los sacerdotes, no era fariseo, no era un rabino reconocido por la Ley por la misma razón. Su labor se concentró en una parte de Palestina. Los historiadores de la época, como Plinio el Joven, Josefo y Herodoto, lo consignan como una especie de revolucionario que sufrió la traición y el castigo, como cualquier otro subversivo de la Historia. Pero el solo hecho de enviar a sus discípulos a predicar el evangelio y el hecho de que ellos aceptaran y fueran, reuniéndose a escondidas, y en grupos pequeños, logró lo que hoy sabemos, la religión con más adeptos en el mundo. Lo mismo logró San Francisco de Asís. Él no quería fundar una orden. Sólo deseaba servir a Dios. Empezó solo, y se le fueron uniendo personas que querían vivir ese estilo de vida. Y así nació la orden franciscana.

Si queremos lograr cosas grandes, debemos empezar por lo pequeño. Recuerdo el caso de dos profesoras universitarias. Cuando al Caribe lo azotó el huracán Georges (1998), mucha ayuda fluyó para Puerto Rico y la República Dominicana. No obstante, para Haití no fue así. Ellas pensaron que podían hacer algo por el hermano país. Se presentaron en sus respectivos salones y les dijeron a los estudiantes que el que quisiera podía ayudar a Haití. Que los que quisieran trajeran una bolsita de arroz. Los primeros días obtuvieron más o menos una docena o dos de paquetes de arroz. Luego se les ocurrió que si enviaban un mensaje electrónico al profesorado, alguno podría también hacer la campaña. Y así lo hicieron. Muchos de los/as profesores/as les ofrecieron puntos al estudiantado por aquella pequeña tarea. Al cabo de dos semanas, tenían en sus oficinas más de 1,500 paquetes de arroz, que nos les cabían allí. Se comunicaron con una hermana de la caridad, y ella les dijo que se los enviaran, que la orden los haría llegar a Haití. Ellas lo hicieron, y así cumplieron con la caridad.

Podemos sembrar muchos granos de mostaza en nuestras vidas y en las de los que nos rodean. A los niños/as les podemos enseñar valores desde pequeños/as. Cada día podemos hacer oración, aunque sea poquita, por obras de caridad, por misiones. Santa Teresita del Niño Jesús fue nombrada patrona de las misiones por rezar todos los días por un solo misionero. Uno que ella ni siquiera conocía: "por mi misionero," decía. Se lo podemos encomendar a Dios, Él sabrá qué hacer con nuestra oración. Podemos dar dinero, aunque sea poquito (ninguna cantidad es desdeñable) a alguna entidad caritativa. Podemos predicar algo a alguien. Decirle a alguien que Dios lo ama, en algún momento que sepamos que esa persona pasa por un mal momento. Podemos escuchar a alguien que necesita desesperadamente que lo escuchen. Cada pequeña obra que hagamos hará un bien mayúsculo. Porque las buenas obras son como el efecto dominó, siguen hacia el frente, se multiplican. Así fermentaremos toda la masa. Y así esparciremos también el Reino de Dios.