sábado, 26 de diciembre de 2009

Juan 1:1-16

Este evangelio es uno de los más hermosos que conozco, por muchas razones. Tiene una gran calidad poética, como todo el evangelio de San Juan. También nos introduce en el misterio de la encarnación, al revelarnos la filiación divina de Jesús. Además nos propone entusiastamente cómo nos hacemos hijos de Dios por seguir al Verbo encarnado.

Al hablarnos de la palabra como principio divino, Juan nos está diciendo que Jesús es la forma en que Dios creó al mundo. Nos habla asimismo de cómo debemos entender que la creación se trata en última instancia de ver el mundo de alguna manera y así crearlo. Esto entraña un concepto muy profundo. Siempre se nos ha dicho que los poetas son visionarios, que nos ofrecen percepciones del mundo que rebasan nuesro entendimiento. En este caso, el concepto detrás de decir que Jesús es la palabra implica que nuestras palabras forman nuestro mundo. Por ese motivo nuestras palabras siempre debens er de construcción y no de destrucción. San Pablo amonesta a algunos de sus discípulos y les dice que no utilicen malas palabras para que no ofendan al espíritu de Dios. Lo que esto significa es que cuando nos comunicamos vertemos en el discurso nuestra forma de ver la vida, el orbe. Si nuestras palabras son de pesimismo, de tristeza, de carencia, ése es el mudno que percibiremos. Cuando Dios acaba de hacer algo en la creación siempre el escritor sagrado añade, “y vio Dios que todo era bueno.” En principio, la creación se hace por la palabra: “Por Él todo se hizo y sin Él nada llegó a ser sin Él” (1:3). Así que la calidad de la palabra influye en la calidad de la creación.

El Verbo también acarrea la calidad de la vida, por la luz. La luz se ha encarnado y da vida. Nos separa de las tinieblas. Las tinieblas, en el sentido bíblico, no tienen sólo que ver con la falta de iluminación, sino asimismo con la oscuridad de nuestra alma. Jesús se ha encarnado para que tengamos luz en nuestra vida. Sus palabras y sus hechos son modelos para nuestra existencia. Cada vez que tenemos algun obstáculo en nuestra vida, nos podemos preguntar qué palabras o hechos de Cristo iluminan ese espacio de nuestro devenir, y seguramente encontraremos una avenida de solución para nuestro sendero.

Los suyos no lo recibieron, dice el evangelista. Ese rechazo se da igualmente en nuestro mundo cada día. Hemos entronizado al consumo y la comodidad. Para nosotros, la fe no tiene espacio, la caridad no tiene espacio. Sólo lo que me conviene a mí es parte de mi creencia. No obstante, si lo seguimos, nos da la virtud e de ser Hijos de Dios, en el Espíritu. Veremos su gloria, compartiremos su reino porque somos igualmente herederos. Hay que meditar en este evangelio para saber qué ha implicado que Jesús, el Hijo de Dios haya bajado al mundo para comunicarnos su gloria y su verdad.

jueves, 27 de agosto de 2009

Porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el sueño hará vestir andrajos (Proverbios 23:21).

Esta es otra de las formas en que podemos negarnos a nosotros mismos, dejando de comer y beber en exceso, o mostrarnos diligentes. La gula está considerada como uno de los pecados capitales. A ella se opone la moderación. Comer y beber en exceso no puede sólo considerarse una libertad personal. Cuando nos aplicamos a eso, simplemente estamos dando rienda suelta a una adicción. Al fin y al cabo se convertirá en perjuicio para nuestra salud. No se diga el efecto que esto tiene en el autocontrol. Hoy día mucha gente se abstiene de comer por distintas razones: religión, dieta, salud. Dios ya nos ha dado una forma de hacer que podamos cumplir con nuestro cuerpo a la vez que fortalece nuestro espíritu: el ayuno.

La Iglesia declara unos días para el ayuno: Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Asimismo recomienda la abstinencia de carne para los viernes de cuaresma. Curiosamente, entendemos que esto es un capricho de la jerarquía. No es así, el ayuno nos permite lograr que nuestro cuerpo baje calorías, y aprendemos a esforzarnos para no comer en exceso. Si lo practicáramos semanalmente en lugar de dos veces al año podríamos rebajar de peso y mantener nuestra salud en orden. Claro, a eso tendría que venir en ayuda el comer saludablemente y mantener asimismo un régimen de ejercicio. Comer y beber en exceso es causa de muchas caídas. He conocido personas con problemas tales como alta presión, diabetes y otras condiciones más graves por no saber controlar el apetito ni la boca. Algunas lo reconocen a tiempo y entonces comienzan a rebajar, hacer ejercicio y controlan todas sus condiciones. Otros que beben demasiado caen en el vicio del alcoholismo y luego no solamente sufren ellos, sino que hacen sufrir a los demás: se convierten en maltratantes, desperdician su dinero, tienen aparatosos accidentes de tránsito y se matan ellos o matan a inocentes, y también mueren de enfermedades tales como la cirrosis.

Por otro lado, este texto habla de la misma manera sobre la pereza, otro de los pecados capitales. Ser perezoso implica querer descansar todo el día. Estar sin hacer nada la mayor parte del tiempo, descuidar las obligaciones de tu puesto o de tu casa, vaguear todo el tiempo. Matar el tiempo es una forma de pereza. Ciertamente tenemos que descansar, porque Dios nos dio el ejemplo cuando descansó el séptimo día de la creación. Nuestro cuerpo necesita dormir diariamente, nuestra mente necesita reposar de todo el estrés diario, pero tampoco lo podemos hacer desmesuradamente, sin concierto, durmiendo en cada esquina que encontremos, en la casa, en el trabajo, en las clases. Efecto: falta de producción, producción mediocre, despidos del trabajo. Solución: la diligencia. Hacer lo que tienes que hacer cuando lo tienes que hacer. “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy,” dijo Benjamín Franklin en su autobiografía. Consejo más práctico no existe en el mundo.

Pensemos hoy que Dios nos ha puesto en nuestro trabajo, en nuestra casa para hacer el máximo. Si nos convertimos en adictos a la comida o a la bebida, o si somos perezosos, la vida se hará sal y agua, nos perderemos lo mejor y nos llevaremos enredado a nuestro prójimo con nosotros.

lunes, 20 de julio de 2009

Prefiero el hombre paciente al héroe; más vale el que se domina a sí mismo que un conquistador de ciudades (Proverbios 16:32)

Siguiendo con la línea de la negación de uno mismo como parte de la espiritualidad, encontramos que una de las grandes virtudes es la paciencia. Nuestra naturaleza pide prisa, para todo. Vemos cómo la gente se desespera en cuanto asunto hay. No somos dados a pensar con calma las cosas.

Y me doy cuenta de que la desesperación, la cualidad opuesta a la paciencia, todo lo descompone. Suelo ser muy impaciente. Y esto me ha costado grandemente. Todavía no aprendo a ser completamente paciente. He tomado decisiones muy desafortunadas por no aprender a esperar. Y creo, como me dijo alguien en alguna ocasión, que madurar es aprender a esperar. Por ser desesperado he tenido pequeños accidentes de tránsito, he hecho el ridículo en algunas situaciones. También he enseñado clases mal diseñadas, todo por no tener la paciencia de hacer las cosas con calma. Santa Teresa decía: "La paciencia todo lo alcanza." Es una verdad como un templo.

¿Qué cosas prácticas puedo hacer para alcanzar paciencia? Hay muchas. La Biblia tiene muchas sugerencias. He aquí algunas, las cuales comento brevemente.

1) "No te enojes fácilmente, el enojo habita en el corazón del insensato" (Eclesiastés 7:9). Tendemos a darles demasiada importancia a asuntos que en realidad no lo merecen. Viajo todos los días una hora ida y una hora vuelta a mi trabajo. Veo a mucha gente sumamente molesta en los embotellamientos de tránsito. Algunas personas infringen la ley con tal de no estar en la fila de carros. He sabido de gente que arrolla pasajeros en el paseo de la carretera sólo por ahorrarse dos o tres minutos. Aunque me molestan mucho los embotellamientos he aprendido una técnica que me funciona siempre: llevo un libro en el asiento contiguo. Cuando el tránsito se detiene, saco el libro y me pongo a leer. En esto se aplica la Ley de Murphy: tan pronto te interesas en el libro, el tráfico fluye. La mente logra que tu entretenimiento no note el que estés parado. No obstante, si estás solo pendiente a cuánto se mueve, tus venas se hincharán y no podrás con el enojo. Aplica esto a otras áreas de tu vida y verás el resultado.

2) "Y los que están en buena tierra son los que reciben la palabra con un corazón noble y generoso, la conservan y producen fruto por ser constantes" (Lucas 8:15). La perseverancia, otra cualidad de la gente paciente. En este caso tenemos que aprender que las cosas no se consiguen de un día para otro. Hay que perseverar en todo. Si quieres dominar algo, debes hacerlo siempre, consistentemente. No puedes esperar que haciéndolo una vez, ya seas un maestro. Siempre recuerdo a un niño amigo mío que quería ser cinta negra en karate en dos semanas. Cuando le dije que se tardaría por lo menos tres años si se empeñaba mucho en hacerlo, se dio por vencido. También leí sobre un muchacho guitarrista que fue con un libro de las canciones de uno de los dioses de la guitarra, Steve Vai, donde un maestro, y quería salir de allí tocando las canciones. Cuando el maestro le dijo que se requería mucha disciplina, aprender las escalas, los modos en la guitarra, se fue apesadumbrado. Es la tentación de la inmediatez. Hoy día la juventud quieres salir de la universidad, y sin tener trabajo pretenden poseer casas de $300 y $400 mil dólares, autos de $65 mil dólares. Todo por creer que la vida se trata de eso. No saben esperar a que todo madure.

3) "El amor no guarda rencor" (I Corintios 13: 5). Llevar registro de las cosas malas que nos pasan, también es parte de no ser pacientes. Creo que esto es una carga inmensa. Si cada vez que nos acordamos de algo malo que alguien nos hizo y nos molestamos, nos quitamos años de encima. Además vivimos infelices, porque cualquier ofensa, por pequeña que sea, la imaginamos como algo espectacularmente inmenso. Una práctica para borrar esta sensación puede hacerse con la escritura. Toma la situación que te molesta, escríbela, y luego dale una vuelta. Conviértela en una situación agradable. Ponte en los pies de la otra persona, y mira el problema desde la otra óptica, a ver si habrías hecho lo mismo. Te ayudará saber que no siempre la gente tiene mala intención y que tú habrías hecho lo mismo.

Por ahora estas prácticas nos enseñan a negarnos esa naturaleza apresurada, desesperada. Poco a poco aprenderemos, con la ayuda de la oración y la meditación, que vivir más rápido no significa siempre vivir mejor.

viernes, 10 de julio de 2009

La paradoja como parte de la espiritualidad

"El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga" (Mateo 16: 24)

Todos hemos oído este fragmento del Evangelio en millones de ocasiones. Quizá no le hemos puesto atención, porque pensamos que es sólo una frase feliz del Maestro. Como tantas otras que tiene. No pensamos que sea una máxima de vida. Para la gente del Medio Oriente y del Oriente lejano, la paradoja, o contradicción aparente, es parte del sistema de su espiritualidad. Negarnos a nosotros mismos es hoy día una locura que muchos gurúes del New Age desacreditan. Al contrario, nos dicen, debemos amarnos a nosotros mismos únicamente. Somos dioses (¿no lo dice la Escritura?, pero hay que examinarlo bien) y necesitamos establecernos como tales. El problema es que Dios se ocupa de nosotros los seres humanos todo el tiempo. Los gurúes del New Age nos dicen que nos ocupemos de nosotros y de nadie más.

Pero, ¿que significa negarnos a nosotros mismos? Primero, amarnos a nosotros mismos no es en sí mismo un pecado. Tenemos que amarnos. Pero no podemos amarnos como Narciso: mirarnos al espejo y decirnos lo hermosos que somos, cuánto valemos, y no dejar que nadie nos menosprecie. Ese no es el caso. Amarnos a nosotros mismos implica cuidar nuestra salud, nuestra autoestima sin pensar que somos el centro del universo, aprender a ser optimistas, a tener fe en la providencia de Dios y en su misericordia. Amarnos también significa alejarnos del peligro, de las malas amistades, de las influencias perniciosas. Una vez que sabemos esto, entonces podemos saber cómo amar al prójimo y negarnos, que implica andar en el espíritu.

En la Biblia hay numerosos ejemplos de negación, como el de Abraham, que prefirió seguir el mandato de Dios de sacrificar a su hijo antes que desobedecerlo; el de la casta Susana, que prefirió que la acusaran de adulterio antes que caer en las manos de dos viejos libidinosos. También en la historia de la Iglesia tenemos ejemplos para seguir: Santa María Goretti, una niña de doce años que murió apuñalada por un muchacho de 21 años porque se negó a fornicar con él, aduciéndole que eso era un pecado y que no lo haría.

En muchas ocasiones nuestra naturaleza nos pide hacer lo que no debemos hacer y ahí está la máxima. Aunque nos parezca atractivo, negarnos a hacerlo nos traerá paz y alegría a nuestro corazón. Ponemos nuestro corazón, y con eso nuestra voluntad en muchas cosas que no alegran nuestro espíritu: riquezas materiales, sexo, diversión escandalosa, drogas, egoísmo. Es en estas ocasiones cuando Jesús nos dice: niéguense a sí mismos. Nos manda a amar a nuestros enemigos, a dar al que nos pide, a prestar a quien nos lo requiere. Nos insta a ser flexibles.

Así, que la obediencia a este mandato nos puede ayudar en las grandes tentaciones, pero asimismo nos puede dirigir en cuestiones más pequeñas. Podemos ayudar a gente que lo necesita, podemos dejar pasar a autos que nos cruzan delante. Podemos incluso empezar a pensar en cuando aparentemente nos ofenden o nos hacen algo que no nos gusta. Podemos aprender a no hostilizar a la gente. Hay mucha gente quejona en nuestros ámbitos: oigámosla como el que oye llover, aunque nos moleste. Esa es la forma de vivir flexiblemente y negándonos a obedecer a nuestra naturaleza respondona, vengativa y hostil.

martes, 5 de mayo de 2009

Enséñame, ¡oh Dios!, tus caminos, para que ande yo en tu fidelidad y mi corazón únicamente tema tu nombre (Salmos 86: 11)

A veces miramos al cielo y no vemos a Dios. No obstante, su mano está en todas partes, en la naturaleza, en la mano amiga, en el beso del bebé, en los cantos de los pájaros. No lo vemos, pero sabemos que a través de su obra, nos deja su impronta, su mensaje. Y sabemos que está ahí porque nuestro corazón asimismo nos lo dice. Dios nos ha dejado su palabra para que seamos felices. Si hay infelicidad en el mundo, se lo debemos a que no hemos probado los caminos de Dios, no hemos hecho nuestras sus palabras.

Andar en la fidelidad del señor implica morar en sus atrios (Salmo 84:11), implica igualmente ser piadoso de la misma manera que somos fieles. También hay que buscar la paz, la paz que brota del corazón limpio, alabar a Dios diariamente y confiar en sus milagros. Dios es digno de temor, pero no del temor que significa miedo, sino del temor que supera nuestra capacidad de asombro. El temor que nos impele a adorarlo, a siempre cumplir con sus mandatos. Nuestro corazón debe fidelidad sólo a Él, de esa manera Dios nos ungirá con su óleo y seremos como Jesucristo, “sacerdote, rey y profeta.” Nuestra mente debe estar limpia, ya que el Señor conoce nuestros pensamientos, porque nos creó. Los malos pensamientos engendran malas acciones de la misma forma que los buenos logran que encontremos en el prójimo a Dios.

Por eso debemos regocijarnos en las maravillas que hizo el Señor, para darle gloria a su nombre, y vivir por él y para Él eternamente.

lunes, 4 de mayo de 2009

El Buen Pastor (Juan 10:1-16)

Hoy le paso la palabra a uno de los grandes escritores de todos los tiempos: Miguel de Unamuno. Éste, en su novela San Manuel Bueno, mártir, nos presenta la imagen de un buen pastor. Un hombre, quien nunca pasó de la “noche oscura del alma,” se daba a sus feligreses de una manera total. El fragmento que les incluyo es sólo una muestra de este magnífico personaje.

“Un día del más crudo invierno se encontró con un niño, muertito de frío, a quien su padre le enviaba a recoger una res a larga distancia, en el monte.

­―Mira―le dijo al niño―, vuélvete a casa, a calentarte, y dile a tu padre que yo voy a hacer el encargo.

Y al volver con la res se encontró con el padre, todo confuso, que iba a su encuentro. En el invierno partía leña para los pobres. Cuando se secó aquel magnífico nogal…, a cuya sombra había jugado de niño y con cuyas nueces se había durante tantos años regalado, pidió el tronco, se lo llevó a su casa y después de labrar en él seis tablas, que guardaba al pie de su lecho, hizo del resto leña para calentar a los pobres. Solía hacer también las pelotas para que jugaran los mozos, y no pocos juguetes para los niños…

Y como una vez, por haberse quitado uno la vida, le preguntara el padre del suicida, un forastero, si le daría tierra sagrada, le contestó:

―Seguramente, pues en el último momento, en el segundo de la agonía, se arrepintió sin duda alguna.”

¿Por qué no serán así todos los pastores del mundo?

jueves, 30 de abril de 2009

Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hechos 9:4-5)

¿Por qué perseguimos al Señor? Nos molesta que nos digan la verdad. Nos molesta que haya paz, porque preferimos el ruido, la violencia, el libertinaje, la opresión, el coloniaje, el terrorismo. Los preferimos porque nos suenan a libertad, nos suenan a que nadie nos tiene que decir qué hacer. Por eso perseguimos a Jesús y a todo aquél que lo represente.

Nuestras calles están llenas de contaminación visual, auditiva; están llenas de chatarra en muchas ocasiones, pero el que se queja es un molestoso. Cuando las naciones poderosas cometen desatinos y los cristianos y cristianas se quejan entonces se les llama subversivos. El silencio es inexistente para nosotros. No podemos meditar en silencio, como hacían antes los anacoretas. Muchas veces entramos a una iglesia, y hasta allí hay gente hablando. Hace más de diez años vivíamos en una urbanización y teníamos enfrente una familia que ponía el toca discos tan alto que parecía que lo teníamos en la sala de nuestra casa, pero a todo volumen. Hicimos una carta para protestar, y ningún vecino quiso firmarla porque “son nuestros vecinos.”

Perseguimos a Jesús porque preferimos que el Estado mate a personas, con la pena de muerte. Es mejor el ojo por ojo, que “perdona a tu hermano setenta veces siete.” Entronizamos gobiernos de mano dura, que hacen guerras, que de alguna manera descuartizan a los pueblos económica y moralmente porque así es que hay que proceder. No emulamos a la iglesia primitiva, que ponía “a los pies de los apóstoles todas sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2: 45). Fomentamos entre la juventud una falsa idea de la libertad, promoviendo convivencias sin matrimonio, sin compromiso. Permitimos a los/as jóvenes una vida sin Dios, so pretexto de no violar sus derechos a la selección, algo que no hacemos cuando les dejamos herencias, o los forzamos a cuidarnos a pesar de que ya tienen sus propias vidas.

Siempre perseguiremos a Jesús porque se opone a todo lo que nuestra naturaleza exige. Cuando leemos el Sermón de la Montaña dejamos de lado máximas como “perdona a tus enemigos, ora por los que te maldicen.” Siempre escogeremos odiar en vez de amar, vengarnos en vez de perdonar. El cine y la literatura están llenos de películas y novelas en las que los protagonistas ensalzados son personas llenas de odio y de rencor contra la humanidad, contra la gente buena y honesta. Muchas de estas películas colocan como antagonistas a la gente que quiere que el orden prevalezca.

Por eso perseguimos a Jesús. No obstante, Él siempre nos busca, nos enceguece para luego devolvernos la vista. Nos tira del caballo, y nos obliga a mirar la realidad del hermano y la hermana en necesidad. Nos da su palabra, para que les digamos a los oprimidos y oprimidas que existe un Dios en el cielo que vela por ellos, aunque los gobiernos no lo hagan, que hay esperanza para todos y todas.

martes, 28 de abril de 2009

Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed (Juan 6:35)

Jesús, en este pasaje, se presenta como el alimento de nuestra vida. Para tener fuerza en el camino espiritual debemos saciarnos con el pan del cielo. La imagen del pan tiene mucha fuerza. Ya en el Padrenuestro, Cristo lo iguala al alimento diario, por lo que nos hace pensar lo importante que resulta que lo use como imagen de su propio cuerpo. Esto lo convierte en algo esencial sin lo cual no podemos hacer nada. “Si alguno come de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51). “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Juan 6:51).
Sabemos lo importante que es la eucaristía para poder lidiar con los obstáculos que nos presenta el mundo. De la misma manera que el alimento diario conserva nuestras fuerza físicas y nos permite movernos en todo momento, el pan espiritual nos permite la comunión con lo divino. Nos mueve en la dirección correcta. Por una parte, para recibirlo, debemos estar en gracia de Dios. Esa directriz nos alienta a mantenernos limpios. Por otra parte, la visita diaria al Santísimo Sacramento del altar energiza nuestros motores para la batalla del día en nuestros trabajos y en nuestra vida cotidiana.

No solo hace eso Cristo desde su altar. Nos concede además la salud física. Hace algunos años, un miembro de mi parroquia fue desahuciado por tener el corazón débil. No le daban ningunas esperanzas de vida. Recuerdo que nos contó el párroco que un día este hombre le pidió permiso para entrar a visitar el Santísimo. Estuvo allí cerca de dos horas. Salió, dijo el sacerdote, con la cara iluminada por la esperanza. Vivió 9 años más. Falleció este año, a los 84 de vida. Por eso sabemos que Cristo es el verdadero pan del cielo, el pan que nunca nos dejará pasar hambre, ni sed.

Meditemos en ese beneficio que nos dejó Jesús con su cuerpo y con su sangre. Démosle gracias por cometer la locura de quedarse entre nosotros para darnos su gracia y su eternidad.

lunes, 27 de abril de 2009

Multiplicación de los panes y los peces (Juan 6:1-15)

Una vez una estudiante me preguntó: ¿Cómo podemos nosotros multiplicar los panes y los peces? Me pareció una pregunta inteligente que denotaba una persona con conciencia de que los milagros de Cristo son reproducibles en la vida diaria. Es curioso que en la version de Lucas Jesús les dice a los apóstoles: “Denles ustedes de comer” (Lucas 9: 13). Con lo que nos lo está diciendo a nosotros también.

Para decirle cómo se podía hacer, le conté esta historia verdadera. En 1998 azotó el Caribe el huracán Georges. Fue terrible para Puerto Rico, Santo Domingo y Haití. Mucha ayuda vino para P.R. y Santo Domingo, pero por alguna razón, se olvidó a Haití. Dos profesoras universitarias, una de las cuales creía mucho en la Providencia de Dios, decidieron que podrían ayudar. Sabían que parte de la dieta básica del haitiano y la haitiana era el arroz. Le dijeron al estudiantado que todo aquel o aquella que quisiera, les trajera un saquito de arroz. No ofrecieron puntos en el examen, nada de eso. Todo tenía que salir del corazón. Las primeras dos semanas pasaron y solo tenían más o menos quince bolsas de arroz. Nada del otro mundo. A una de ellas se le ocurrió enviar un mensaje por correo electrónico, y decirles a los demás profesores y profesoras lo que estaban haciendo. Muchos se unieron y les pidieron lo mismo a los estudiantes. Algunos ofrecieron puntos en la nota de participación y en otras actividades. Al cabo de dos semanas más tenían 1,500 bolsas de arroz. Ahora el problema era cómo llevarlas hasta allá. Todo esto era en Puerto Rico.

La profesora que era religiosa se acordó de que las Hermanas de la Caridad tenían una misión en Haití, y las llamó. Ellas le dijeron que si les hacían llegar el arroz, la congregación se encargaría de que llegara a su destino. No tenían cómo hacerlo, pero se les ocurrió pedir ayuda a la universidad. Le concedieron una camioneta, y entre ellas y muchos estudiantes colocaron las bolsas de arroz en la misma. Llegaron a San Juan, y desde allí las llevaron a Haití.

Vemos aquí que cuando existe en nuestros corazones la motivación de ayudar al prójimo, Dios mueve todos los obstáculos y la ayuda progresa. Siempre pensemos que Dios está ahí para darnos la mano, y en todo momento veremos cómo cuando miramos hacia Él, el resultado sera: “Comieron, se saciaron todos, y se recogieron de las sobras doce cestos de mendrugos” (Lucas 9:17).

martes, 21 de abril de 2009

Bienaventurados los que sin haber visto han creído (Juan 20:29)

Este es parte del mensaje del Segundo Domingo de Pascua. Se da en el contexto que tod@s conocemos. Tomás no ha creído que el Maestro ha resucitado. Nos preguntamos por qué le pasaría esto, si vio a Jesús resucitar al Hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo y finalmente vio el más grandioso milagro, resucitar a Lázaro. Pero, ¿tendríamos nosotr@s la misma fe? ¿Tendríamos la fe como un granito de mostaza de la que habla Cristo mismo?

Lean esta historia. Se la oí al padre Cohen, quien celebraba la misa en EWTN, hace como quince años. No recuerdo los nombres, solo sé que la historia me impactó tanto que nunca la he olvidado. Él dice que la leyó en un libro escrito por un sacerdote de Kansas. En 1929 nace este bebé, en una ciudad de Kansas. La enfermera a cargo de la guardería de niños y niñas en el hospital hace su ronda y les echa unas gotitas en los ojos a los bebés. Cuando regresa una hora después para vigilar que todo esté bien, nota que uno de los bebés tiene los ojos hinchados, rojos y completamente cerrados. Va al botiquín donde guarda las medicinas y se da cuenta de que en lugar de nitrato de plata al 1% les ha echado nitrato de plata al 50%. Sale corriendo a buscar al doctor. Cuando este llega, se agarra la cabeza y dice: “Habrá que criarlo como un no vidente.” Debido al corre-corre que se forma en el hospital, bajan las Hermanas de la Caridad que regenteaban la institución hospitalaria. La Madre Superiora habla con el médico y le pregunta qué se puede hacer. Curiosamente, el médico cambia su planteamiento: “Esperar un milagro, madre.” La madre le contesta: “Si eso es lo que se necesita, eso habrá.” Rápidamente llama a la congregación. Les dice a las religiosas: “Este niñito tiene una condición en los ojos causada por un descuido de la enfermera. Necesita un milagro para curarse. Vamos a la capilla, y no saldremos de allí, de delante del Señor, hasta que se cure.” A la sazón eran las 2:00 de la madrugada. Las monjas estuvieron orando sin parar en el Santísimo. A las 7:30 de la mañana viene una enfermera y le dice a la Madre Superiora: “La inflamación ha cedido, el niño mejorará.” Quien escribe el libro, es el niño ya crecido, hecho sacerdote, porque vio cómo Dios lo mejoró y decidió dedicarle su vida.

¿Es esa la fe nuestra? ¿Pedimos así al Señor? Que el Jesús milagroso aumente nuestra fe en su poder, y que nos conceda ayudar a nuestro prójimo con nuestra oración confiada.

viernes, 17 de abril de 2009

La manifestación de Jesús a orillas del lago (Juan 21:1-14)

Señor:

Yo, como tus discípulos, no te puedo reconocer de vez en cuando, cuando te apareces sin decir nada, y luego de algún día de mucho trabajo improductivo. Te apareces silencioso, resucitado, para darme apoyo en lo que hago. Siempre parece que me vas a dar trabajo, como cuando les preguntaste a los apóstoles: "Muchachos, ¿tienen algo de comer?" A veces viene alguien y me pide dinero para comer, y le contesto que no tengo. O se lo doy de mala gana, porque no sé que eres tú. Porque no puedo saber que eres tú. No lo puedo saber porque estoy involucrado en demasiadas actividades, muchas de ellas en la Iglesia, y me olvido que andas por ahí pidiendo asilo, pidiendo atención, pidiendo comida. Siempre lo veo como un trabajo, no como la oportunidad que me das de parecer un verdadero seguidor tuyo.

Y después oigo tu voz: "Echen las redes a la derecha y encontrarán pesca." Pero también ahí me confundo. Pienso que tú no sabes nada de mi trabajo. Como pudieron pensar los apóstoles: el Maestro era carpintero, no pescador. No obstante, no lo pensaron, hicieron lo que Tú les propusiste. ¿Cuántas veces tu voz no me dice lo que tengo que hacer para no fracasar y creo que son mis imaginaciones, creo que son mis propios deseos? Si estoy, como los discípulos, muy apegado a ti, puedo discernir perfectamente que Tú eres el que lo sabe todo, y el que lo puede todo. Cuando dejo que seas Tú quien dirige mi trabajo, todo sale a la perfección, sobresaliente, brillante. Porque no soy yo, eres Tú Señor, el mismo que logró que la red pesara tanto, y que no se rompiera con el peso de tanto pescado. Juan te reconoció y se lo dijo a Pedro. Igual que Pedro, me he sentido desnudo delante de Ti, en los momentos en los que veo tus milagros, tus portentos, Jesús, siento que soy una nada frente a Ti, y que aun así me buscas, como a los apóstoles, y me ofreces de comer en tu cena. Me das el pan, Tú mismo me lo sirves, me lo preparas, tienes la sartén hirviendo lista para seguir en la brega.

Comer contigo es un enorme privilegio, Señor, que te has dado Tú mismo en la eucaristía para mi gracia. Te has quedado en el Santísimo Sacramento para darme la oportunidad de saciarme de la misericordia de tu corazón, de aniquilar mis pecados mientras hago lo que me mandas. Que estas manifestaciones de tu cuerpo resucitado creen en mí conciencia de que siempre estás conmigo, de que te apareces para darme una nueva vida en Tu vida.

jueves, 16 de abril de 2009

Jesús se presenta a sus apóstoles (Lucas 24:35-48)

Otra de las apariciones de Cristo a sus apóstoles esta semana. Como estamos en la octava de Pascua, las Escrituras nos muestran las diversas apariciones que Cristo tuvo ante sus apóstoles. Cada una engendra una enseñanza distinta. La de hoy se centra mayormente en decirles a sus discípulos que todo esto tenía que pasar, y enviarlos en una misión. Además muestra un rasgo especial de la resurrección.

Los discípulos de Emaús se presentan a contar a los demás su experiencia con el Resucitado. Y dice el texto que mientras estaban allí se les presentó Jesús en medio de ellos. Su saludo es el de la paz: "La paz está con ustedes." Volvemos a lo de ayer. Es el saludo que nos dan en la misa. Cristo nos desea la paz cada vez que compartimos su pan. La paz de Cristo no es la paz que nosotros buscamos para el mundo. Es una paz que emana del interior. Es una paz espiritual. Y en la Escritura, la paz siempre se invoca para calmar a la gente de sus miedos. O se desea para una casa completa (véase Gen. 43:32, Jueces 6:23, 1Samuel 25:6, 1Crónicas 12:18, Gálatas 6:16). El mundo busca la paz que se opone a la violencia, porque muchas veces no conoce nada más. No obstante, buscar la paz que nos da Jesucristo es mucho más importante. Cristo nos da la paz porque nos promete estar siempre con nosotros, no importa en la situación que nos encontremos. Nos da la paz porque provee para nuestras necesidades (la multiplicación de los panes), porque es omnipotente (Mt 28:18). Por eso su paz es distinta. Los apóstoles recibieron la gracia inconfundible de que Él en persona se la comunicó.

A renglón seguido los saca de sus dudas. Les dice que un espíritu no tiene carne y huesos como Él tiene. La resurrección de Cristo fue real. No fue en espíritu, como pretenden decirnos algunas personas confundidas. Para verificar aún más, les pide de comer y come con ellos. ¿Puede comer un espíritu?

Y sigue sacándolos de sus dudas cuando les aclara nuevamente todo lo referente a Él en las escrituras. Dice el texto que les abrió el entendimiento para que comprendieran las profecías. Algo que muchas veces no hacemos es pedir a Dios luz para nuestra mente. No le pedimos que nos abra a la comprensión de sus misterios. El propio Cristo lo hará si se lo pedimos con fe en la oración. Basta ver cómo la gente le pedía fe y Él siempre concedía lo que la gente buscaba. Preguntémonos: ¿Por qué siempre creo que lo sé todo y no busco la ayuda de Dios en mis problemas intelectuales? ¿Pienso que Dios no sabe lo que me preocupa, que no me puede ayudar? Todo problema tiene una solución espiritual, eso lo he comprobado a lo largo de toda mi vida en la Iglesia. Lo importante es reconocerlo y decirle a Dios que nos apoye.

Finalmente les dice que los hace parte de la redención del mundo, por su misión de predicar la Buena Nueva a todas las naciones, para que se les perdonen sus pecados. Nuestra misión, como la de los apóstoles, es dar a conocer a Cristo, su palabra, su obra. Es considerar sagrado lo que él consideró sagrado, el servicio a los demás. Es humillarnos por el Reino de los Cielos, para asegurar nuestro tesoro en lo alto. Leer su palabra cada día y poner en práctica lo que ella nos indica es un paso gigantesco hacia la salvación. Que el Dios que nos trajo la salvación nos conceda la gracia inmensa de su paz y nos sustente a la hora de poner por obra su palabra por amor del prójimo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Los discípulos de Emaús (Lucas 24:13-35)

Éste es probablemente uno de mis pasajes favoritos referentes a la resurrección de Jesús. En él encontramos muchos elementos que nos hacen meditar profundamente sobre la relación que llevamos con el Señor.

Como primer punto de discusión, vemos que los discípulos, a quienes no se les identifica al principio, estaban ya lejos de Jerusalén. Tan pronto las cosas fueron mal, decidieron irse de allí. Mientras Jesús estuvo con ellos, no había ningún problema, todo iba de maravillas. Al caer preso el Maestro, se dispersan. “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas,” reza la Escritura. No vemos a ninguno de ellos, sólo a Juan, al pie de la cruz. Ya sabemos de la traición de Judas y de la negación de Pedro. Ahora, se han ido lejos de la ciudad donde el Cristo ha sido crucificado. Los Once se habían quedado encerrados en una casa, “por miedo a los judíos.” ¿No es ese el mismo miedo que sentimos de decir las cosas que tenemos que decir, de denunciar las injusticias? Nos alejamos de los lugares donde la situación se pone candente. Estos discípulos se habían alejado de allí, igual que los demás, por un sentido de frustración, por la debilidad de que no pasó lo que ellos esperaban. No obstante, discutían sobre lo que había pasado. Es una experiencia demasiado fuerte como para echarla a un lado. Seguían rumiando su derrota, o su aparente derrota.


El segundo elemento, es la aparición de Jesús. Es curioso cómo cumple Cristo sus promesas. “Cuando dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Aun cuando los discípulos sólo hablaban de lo que había pasado, el Maestro se pone en medio de ellos, los sigue mientras ellos discuten sobre su desgracia. Esto se debe a que los discípulos tenían una conversación espiritual. Pero no lo reconocen. Es lo mismo que le sucede a Pedro, mientras estaban pescando. Jesús se aparece y dice el Evangelio: “Pero los discípulos no podían saber que era Él” (Juan 21:4). Jesús se encuentra en su cuerpo glorioso, y eso impide que incluso los allegados lo puedan reconocer.

En el relato de Cleofás, que es el discípulo a quien la Escritura luego identifica, vemos algunos temas muy importantes. Habla de Jesús, de su obra y de su palabra, y de cómo los jefes corruptos de su pueblo lo entregaron a las autoridades. Finalmente relata cómo las mujeres dieron testimonio de que los ángeles les habían dicho que Cristo había resucitado.

Cristo entonces los reprende, por no entender las Escrituras y se las explica. Les dice cómo el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria. Esta actitud es muy significativa en nosotros los seres humanos. Se nos explican las cosas y no las entendemos. Vamos domingo tras domingo a la misa y luego si alguien nos pregunta, no sabemos ni de qué se habló ese día. No sabemos los pasajes significativos de la Escritura, no conocemos los personajes bíblicos y por qué son importantes. Es lo mismo que nos pasa con la Historia, y por eso repetimos constantemente los mismos errores. Cristo les explicó todo lo que se refería a Él que estaba en la Escritura; no sólo lo que decían de su pasión y su muerte, sino asimismo lo que se decía de la resurrección.

Finalmente parte el pan con ellos y es entonces cuando se les abren los ojos. Vemos aquí el símbolo de la Eucaristía. Comulgar el cuerpo de Cristo nos abre los ojos espirituales y podemos reconocer a Cristo dondequiera que lo encontremos. El Maestro entonces desaparece de su vista. Los discípulos vuelven a Jerusalén, a testimoniar la resurrección del Señor. Es lo que nos debe pasar cada vez que comemos con el Señor en su mesa. Cada domingo debe ser una nueva epifanía de Cristo en nuestras vidas. Cada domingo debemos salir con el ánimo dispuesto a testificar de su resurrección. Que este mensaje de hoy nos sirva de punto de partida para encontrarnos siempre con Jesucristo, que la misa se convierta en ese reconocimiento de nuestra necesidad de estar con el Maestro y que Él nos hable, y que nuestro corazón “arda con sus palabras” (Lucas 24:32).

domingo, 12 de abril de 2009

Una invitación muy apropiada

Queremos compartir con los lectores y lectoras de Meditaciones esta invitación que nos hace Mundy para unirnos con ellos y ellas en su día. Oremos por estos cristianos y cristianas que quieren permanecer fieles a la Iglesia a pesar de las vicisitudes de la vida.


El 1º Domingo de Mayo celebraremos el Día internacional de los Separados - Divorciados en Nueva Unión, y aunque quizás no sea un hecho trascendente ni vaya a cambiar el curso de la historia, queremos compartirlo e invitar a que se sumen.
Quienes vivimos disfrutando de la nueva oportunidad que nos dio la vida, a pesar de no tener acceso a la eucaristía nos sentimos indisolublemente ligados a la Iglesia en virtud de nuestro bautismo y cargamos nuestra cruz en la convicción de la eterna misericordia.
Todas las opiniones son respetables, pero nosotros asumimos las limitaciones que la Iglesia nos impone y seguimos adelante con nuestra fe, viviendo la alegría que nos da la resurrección, con esperanza que quizás algún día, nuestra situación pueda ser considerada de un modo algo diferente.
Mundy
labarca@ymail.com
www.labarcaglobal.blogspot.com

jueves, 15 de enero de 2009

Parábola de las tinajas rotas (Jeremías 13:12-14)

Una vez más Dios se comunica con su pueblo a través de la metáfora del vino o de la viña. En este caso con un mensaje bastante controversial. El vino esta vez sirve no para agradar a los invitados, como en las bodas de Caná, sino para emborracharlos y que no sepan lo que hacen: “He aquí que voy a llenar de embriaguez a todos los habitantes de la tierra, a los reyes que se sientan en el trono de David, a los sacerdotes, a los profetas, y a todos los moradores de Jerusalén…” (v. 13).

¿Por qué se caracteriza la embriaguez? Sabemos que por todo lo malo. Aun cuando el vino es una bebida que se utiliza para acompañar las comidas en muchos países, sobre todo en Europa y el Oriente, Pablo les recomienda a los Efesios que no se emborrachen con él (5:18). La embriaguez es causa de muchos desaciertos. En nuestra sociedad vemos cómo conductores ebrios matan a gente en las carreteras; cómo maridos borrachos asesinan a sus esposas y maltratan a sus hijos. El alcoholismo destruye los hogares, porque no sólo lo sufren los hombres, sino asimismo las mujeres. Es decir, en este contexto, la parábola nos comunica que algo terrible sucederá porque Dios emborrachará a los gobernantes de este mundo. ¿La causa? No se ha escuchado a Dios, no se han puesto en práctica sus mandatos.

Hoy día vemos cómo los que administran nuestros países se corrompen por el dinero y el poder. Se ciegan por tener prebendas, puestos, reconocimiento. Hay un refrán popular que reza: “El poder corrompe.” Nos hemos dado cuenta, y lo hemos aprendido de la manera más dura. Hemos visto cómo algunos funcionarios se roban el dinero del pueblo. En algunos países, los primeros mandatarios se rodean de sicarios que desaparecen a todo aquel que no comulgue con las ideas del gobierno. Otros se benefician del gobierno a base de dietas, teléfonos celulares, escuelas gratis para su prole, mientras el pueblo se muere de hambre o se sume en crisis financieras casi insolubles. Obviamente están actuando como borrachos, no se dan cuenta del mal que hacen. Para este tipo de personas, lo primero es su vientre, como dice la Biblia. Su dios es el vientre.

A veces también tenemos clérigos que se emborrachan y no se dan cuenta. Administran mal las iglesias, tratan descortésmente a la feligresía, se envuelven en escándalos de sexo o de poder. Todo por no saber qué función les corresponde para guiar al pueblo de Dios.

Nosotros, la feligresía, asimismo nos emborrachamos y no actuamos de acuerdo con los parámetros que Dios nos ha puesto. Así, dejamos de lado nuestra espiritualidad, y la cambiamos por las modas de turno. Ponemos montones de “peros” para ayudar al que lo necesita, le damos la espalda a la Iglesia o la condenamos sin hacer nada para mejorarla.

Cuando la parábola dice que chocarán padres contra hijos, nos vamos dando cuenta de que muchas familias se desunen por motivos fatuos, como la política, incluso por la religión. Vemos cómo se destruyen hermanos y hermanas por herencias; cómo un hermano asesina a su hermano; cómo una madre echa a la basura a su bebé recién nacido porque no quiere tener problemas. Sí, nos hemos emborrachado y Dios no nos saca de ese estado porque ya nos dio su palabra. Incluso vino a nosotros y la rechazamos. Miremos a Cristo, la palabra encarnada, sigamos su ejemplo y sus mandatos y estaremos siempre sobrios.