lunes, 18 de febrero de 2008

Parábola del rico tonto (Lucas 12: 16-21)

Hoy nos encontramos con una de esas enseñanzas que permean toda la escritura. El rico tonto pone toda su confianza en las riquezas, sin pensar en que cualquier día pierde la vida y todo lo que acumuló se pierde o lo desperdician personas que no lo sudaron. La avaricia se yergue como uno de los pecados capitales. La gente que pone su vida en ganar dinero para solamente tenerlo se convierte en esclava de ese dinero. Su existencia gira en torno de proteger esa riqueza material de cualquier eventualidad. Sé de seres humanos que mueren en la ignominia y luego se descubre que debajo de un colchón de la cama había $80,000.00 o más. Sé también de gente que deja pasar hambre a su familia y luego al morir su familia toma el dinero y lo gasta en frivolidades, para después irse a la bancarrota porque se han quedado desprotegidos.

El amor al dinero, para mí, es la fuente de mucho pecado en este mundo. De la misma manera que siento que el ego es el culpable de que los seres humanos seamos así, creo que el materialismo se ha tornado en el peor de los males de este orbe. He ido a países donde la pobreza sume en sus garras a la mayoría de la población. Sin embargo, se palpa en su gente una alegría que en los países desarrollados no existe. Creo que a eso se refiere Jesús cuando dice que los pobres son bienaventurados, y que de ellos es el Reino de los Cielos. Si lo coloco en el contexto de hoy, puedo llegar a la conclusión de que los pobres saben en realidad qué es la felicidad aquí en la tierra si son conscientes y aceptan esa pobreza.

Aceptar la pobreza no es fácil. No se trata de vivir en la ignominia por el puro placer de vivir en ella. Si nos toca esa suerte, lo mejor es conformarnos, y vivir de acuerdo con nuestros medios. No obstante, vivir en la pobreza significa en primera instancia no aferranos a las cosas materiales, simplificar nuestra vida al máximo para no necesitar cosas que en realidad no son necesarias. Hace un tiempo una persona me dijo que hoy día una videocasetera era una necesidad en todo hogar. Él tenía una en cada habitación de la casa, "por si acaso." El comercio ha logrado convertir todas las comodidades en necesidades. De esa manera un estudiante prefiere tener un teléfono celular y pagarlo todos los meses que comprar un libro de texto para una clase que le servirá para toda su carrera. Hay gente que prefiere comprar un carro nuevo, caro, y meterse en una deuda que no puede pagar, a arreglar su carro viejo y usarlo hasta que ya no pueda más. Lo curioso es que acompañado de ese afán de tener cosas nuevas y lujosas, está el afán de aparentar tener dinero.

Tener dinero es sinónimo de tener poder en esta sociedad. Y por supuesto la gente necesita tener poder. Queremos que nos distingan en los lugares, que nos den los mejores puestos, que nos hagan descuentos porque somos importantes. Y damos la vida por eso. No nos damos cuenta de que las riquezas materiales nos pasan la cuenta después de todo. Cuando otros se dan cuenta de que tenemos dinero o posesiones materiales, entonces nos quieren robar, o quitarnos la vida que llevamos. Hay lugares donde secuestran a la gente para pedirles dinero a los familiares. Los que más tienen, más pagan. Sus casas son más caras, pero tienen que pagarlas. Pagan más contribuciones. Y el afán de no querer vivir más sencillamente los pone en la posición de estar protegiendo todo lo que tienen. Entonces tienen que pagar seguros de todas clases. Si seguimos, no terminaríamos. Las riquezas nos hacen sus esclavos.

Si las tenemos, debemos compartirlas con los que no tienen. Así Dios nos recompensará. Dios recompensa al dador alegre, dice la Escritura. Pensemos que nuestro corazón está donde está nuestro tesoro. Que no sea éste una cuenta de banco o un Porsche, sino el Reino de Dios.

1 comentario:

jc dijo...

Aunque estoy convencida de que el apego a la riqueza trae infelicidad y como dices es el apego lo que nos hace "tontos" en el sentido evangélico, no creo que sea asunto de que el pobre se conforme con su pobreza. Eso no es nada fácil, los pobres que son felices, lo son, creo que porque aprenden a poner su vida y circunstancia en la mano divina y porque Jesús los protege. No es casualidad que Jesús dio muchas muestras de que los pobres eran su predilectos. Lo más importante es que quienes volteamos la cara ante la pobreza la asumamos como nuestro "pecado", como nuestra responsabilidad. Por cada pobre que hay en la tierra, hay un irresponsable o egoísta que no cumplió con su deber cristiano. Somos tontos porque brindándosenos la oportunidad de dignificar a l@s herman@s preferimos dignificar a quienes se enriquecen a costa de estimular nuestra superficialidad.
Es terrible que convirtamos, como bien dices, los bienes absolutamente prescindibles y hasta ridículos en necesidades.