martes, 9 de septiembre de 2008

Parábola del prisionero de guerra (1 Reyes 20: 39-41)

El contexto de esta parábola es muy simple: Acab, rey de Israel, ha recibido una amenaza del rey de Siria, Ben Adad, de que le dé su oro, sus mujeres y sus hijos a cambio de no atacarlo. Acab accede, pero los ancianos le dicen que no lo haga. A esto, Acab obedece y le manda a decir a Ben Adad que no lo hará. Después de esto, un profeta de Dios instruye a Acab para que ataque a Ben Adad. En dos o tres batallas, el rey de Israel derrota al rey sirio, pero le perdona la vida, en desobediencia a Dios que lo ha mandado a matarlo.

Un profeta le hace esta historia que meditamos hoy, y Acab, como hizo David, se sentencia él mismo. Vemos que este relato trae como punto central la desobediencia a Dios. A mi entender, toda la espiritualidad contenida en la Biblia parte de ese presupuesto de obedecer a Dios. Abraham obedeció a Dios cuando éste le dijo que se moviera de su tierra a otra. También le obedeció cuando en un momento dado, Dios le pide algo que parece absurdo, sacrificarle su único hijo. Moisés obedeció a Dios cuando Éste le pide que vaya donde el faraón y le exija que libere a su pueblo. Lo mismo hizo Cristo, hasta el punto de que al borde de que lo crucificaran, le dice a su Padre que le quite el cáliz, pero que no se haga su voluntad, sino la de Dios.

Cada uno de estos personajes vio en su vida la bendición del Padre cuando respondieron a su llamada. Fue el mismo caso de la Virgen, cuando le responde al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.” No obstante, hay muchos casos en la Biblia que parten de la desobediencia, y esto acarrea unas consecuencias funestas. El primer caso es el de Adán y Eva. Las directrices de Dios son muy claras, “no hagan esto ni esto otro.” Ellos, con su libre albedrío, decidieron otra cosa. Ya sabemos las consecuencias. Moisés dudó del Señor en un momento dado, cuando Yahvé lo manda a tocar la piedra una vez para que salga agua. Moisés la toca dos veces. Cada uno de estos actos implica una desconfianza en la sabiduría inmanente y todopoderosa de Dios. Siempre Dios sabe más que nosotros, y debemos oír su voz para no caer en errores.

¿Cuántas veces habremos desobedecido a Dios? ¿Hemos hecho algo a sabiendas de que no oímos la voz del Padre? ¿Qué consecuencias ha tenido para nuestra vida? Dios se comunica con nosotros a través de los sueños, de las intuiciones, de mensajes que vemos “casualmente” en los periódicos, o en las noticias. Y la mayoría de las veces no hacemos caso. Pensamos que son eso mismo, casualidades. ¿Cuál es la voluntad de Dios para mí hoy? Pidámosle a Dios que nos dé luz en el camino de la vida, para que nunca desoigamos su voz, para que nuestro sendero sea siempre un sendero de luz, de verdad, de un espíritu claro.

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