jueves, 17 de marzo de 2011

Mateo 7, 7-12

Este es el evangelio que yo considero uno de los más importantes de toda la Escritura. Primeramente, porque trata de la oración. La oración es el recurso más efectivo que existe para todos los problemas que se nos puedan presentar. Asimismo, es el medio que todos deberíamos utilizar diariamente para conectar nuestras vidas con Dios. ¿Por qué muchas veces abandonamos la práctica de la oración? ¿Por qué solamente oramos en muchas ocasiones porque tenemos problemas? La oración es la conversación que podríamos tener con un amigo. En este caso, el mejor amigo que podemos tener: es rico, misericordioso, paciente, inteligente, astuto, espiritual. ¿Habrá mejor relación que esta? Segundo, porque habla de la misericordia de Dios.

Curiosamente, Cristo en este evangelio nos habla de la oración de petición: “Pidan y se les dará.” ¿Qué pedimos en nuestra oración? Yo suelo pedir de todo: inspiración para escribir, para producir música, para resolver problemas, para tener asertividad. Pido incluso bienes que me pueden ayudar a mejorar mi vida y la de otros, luz para ver mis fallas. Últimamente también he estado pidiendo optimismo, porque dadas las circunstancias en las que vivimos, el temor, que es el mayor de los enemigos de la fe, nos ataca. Así pues, pido al Señor que me quite ese miedo, porque sé que Él es la fuente de toda abundancia, de la salud, del bienestar, de la caridad. Tengo que saber que Dios me protege si estoy con Él. Eso no quiere decir que me veré libre de problemas como si Él fuera Súperman y no deja que nada pase. Dios nos ayuda en capear los problemas, en aprender a cómo manejarlos.

La segunda parte habla en cierto modo del amor de Dios. Jesús lo compara con el de nuestros padres y madres, y dice que aunque nosotros somos imperfectos, buscamos cosas buenas para nuestros hijos e hijas. Dios es mucho mejor que nosotros. Por lo tanto, pensar que Dios no nos dará algo solo por capricho, es pensar desacertadamente. Dios no nos daría algo solo porque no nos conviene. ¿Cuántas veces habremos pedido algo y Dios no nos lo ha concedido? Cuando eso pasa, después tenemos una prueba de que lo que nos ha dado es mucho mejor. Hace tiempo le pedí a Dios un trabajo específico, y no me lo dio. Viví angustiado porque pensaba que aquel lugar era más prestigioso, que la gente me vería como inferior si no trabajaba allí. Me llamaron en tres ocasiones para después negarme la posición con las excusas más triviales que hubiera visto. Me di cuenta de que gente con menos preparación y méritos entraba allí sin ningún problema. No obstante, Dios me había puesto en otro lugar. Al cabo de mucho tiempo, me he dado cuenta de que estoy en el lugar que debía estar. Aquí he encontrado paz en mi trabajo. Donde estoy me celebran mis triunfos, he tenido la oportunidad de hacer lo que no hubiera podido lograr en el otro lugar, por las razones que sea. Dios me puso donde debía estar. Su misericordia no tiene fin. Si le pedimos con fe, Él responderá de una u otra manera. Hagámoslo así, y Él se presentará.

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