jueves, 15 de noviembre de 2007

Parábola del sembrador (Mateo 13:3-9; Mc 4:3-9; Lucas 8:5-8)

Esta parábola, que parte de una analogía con el mundo de la agricultura, tiene que ver tanto con la espiritualidad como con la educación. Jesús nos pone frente a un hecho cotidiano con las cosechas. La gente que oye la palabra y la acoge con gusto, la que la oye y las pruebas lo echan atrás y la que la oye y las preocupaciones del mundo la suprimen.

En términos de la espiritualidad, muchos de los cristianos(as) vamos a un retiro, por ejemplo y allí nos convertimos. Nos parece que estamos en el cielo y que lo que acabamos de escuchar es sencillamente maravilloso. Algunos perseveramos por muchas razones: hacemos lo que se nos recomienda, vamos a misa, oramos diariamente, visitamos el Santísimo como fuente de vitalidad en el espíritu, hacemos obras de caridad. Otros vamos a misa los primeros días después de la experiencia, pero encontramos que hay demasiadas responsabilidades en la Iglesia. No queremos eso de estar atados a un compromiso dominical por si otras cosas aparecen. Ponemos primero nuestra comodidad, nuestro bienestar físico y social. Otros nos dejamos manipular por el enemigo: queremos más dinero, más tiempo de vacaciones, más comodidades, más reconocimiento social. Entendemos que la religión no se ve bien en los círculos intelectuales ni de negocios. Así que renunciamos a ella porque no vemos que nos traiga ningún beneficio tangible.

Es aquí, no obstante, cuando entra la educación. Educarse es como sembrar. Cada día debemos aprender cosas nuevas para poder seguir adelante en la vida. Educarse no es sólo aprender a leer y a escribir y conocer conceptos de las ciencias y las matemáticas. Educarse es asimismo formarse en la fe y el conocimiento de Dios. Y para conocer a Dios hay que estudiar: estudiar su palabra, estudiar el mundo que nos rodea para saber qué elementos pueden estar en contra de la voluntad de Dios, qué eventos pueden destruir nuestra devoción. La ignorancia es campo fértil para muchas cosas: la superstición, la malicia, la poca creatividad, incluso la enfermedad.

¿Por qué decimos estas cosas? La gente que no está al tanto de cómo funciona el mundo cae presa de la superstición. No es por casualidad que tantas personas creen en el horóscopo, al punto de no salir de sus casas si la predicción del día dice que tendrán un accidente o algo parecido. Hoy día hay mucho charlatán dedicado a dar consejos basados en la lectura de las estrellas por teléfono, y se hacen millonarios diciéndole a la gente lo que la gente descubriría si estudiara o se enterara por la observación minuciosa. Otros van a espiritistas para que les descubran el futuro, o les den números para la lotería. El mundo sobrenatural existe, pero es Dios quien lo gobierna con sus facultades omnímodas. Dios da a sus fieles los dones del Espíritu Santo que incluyen la interpretación de los signos, las lenguas extrañas, la ciencia infusa de conocer los espíritus y el don de profecía. Ninguno de esos dones se usa para beneficio personal. Dios los da para que ayudemos al prójimo. Tampoco los da para lucrarse ni para acomodarse en la vida.

Cuando somos ignorantes cometemos fechorías porque atribuimos lo que hacemos a un orden justo que sólo se acomoda a nuestra percepción. Nos dicen que Robin Hood luchaba por los derechos de los pobres porque les robaba a los ricos y les daba a los marginados. Eso hay que ponerlo en un contexto, porque de lo contrario pensaríamos que robar está bien si se hace para beneficiar a alguien en desventaja. No es lo mismo robarse una fruta para comérsela si uno está muerto de hambre y no tiene para pagarla que sistemáticamente meterte en un supermercado y comerte a escondidas las frutas, porque no tienes para pagarlas. Aunque a primera vista parece lo mismo, no lo es. Eso es lo que hacen algunas personas con materiales de su oficina. Muchos políticos corruptos han hecho eso, se han agenciado millones de dólares. Después dicen que eso es la justa paga por lo mucho que han hecho por el pueblo. Si leyéramos la palabra de Dios diariamente sabríamos siempre qué hacer en esas circunstancias. También ayudaría leer otros libros, sobre leyes, sobre argumentación, sobre filosofía, sobre espiritualidad. De esa manera sembramos en nuestra mente frutos apropiados, no patrañas ni falacias sacadas de programas de televisión, que lo que buscan es tener más "rating" y público.

Mientras menos nos educamos, menos creatividad tenemos. Informarnos nos provee inmensos recursos para que nuestra mente invente nuevas soluciones a los problemas, nuevas avenidas de empleos, de salud, de mejores modos de vivir. También nos ayuda a saber cómo vamos a socorrer efectivamente a la gente que lo necesita. En infinidad de ocasiones lo único que se nos ocurre es decirles a los menesterosos: "vete a trabajar," " haz algo con tu vida." Si eso lo hubiera pensado Madre Teresa de Calcuta, hoy no habría 68 conventos de religiosas dedicadas al cuidado de ancianos y enfermos. Si lo hubiera pensado San Vicente de Paúl no existirían las Hermanas de la Caridad dedicadas a eso mismo y a la educación de tantos jóvenes en el mundo.

Y finalmente, ser ignorantes nos puede causar la enfermedad. Si no conocemos el Evangelio, no podremos darnos cuenta de que Dios es la causa de la salud. Sólo hay que mirar los episodios en los que Jesús cura a la gente. La primera actitud es la fe de esas personas. La segunda es el agradecimiento. Jesús curó a la gente que se lo pedía. "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí." Gritaba el ciego. Y consiguió la curación. La hemorroísa no pudo pedírselo, por la multitud que lo rodeaba, pero se aferró a la fe de que aquel rabino la podría sanar, y así fue. Entonces sabremos que lo primero que debemos hacer para tener una buena salud es pedírsela a Dios todos los días. Lo segundo es conocer cuál es el plan de Dios para la naturaleza. Saber cuáles son los mejores alimentos, qué debemos hacer para mejorar nuestro cuerpo, como el ejercicio. Saber también qué alimentos, comidas y bebidas debemos evitar. Somos locos con los dulces, pero la medicina dice que es lo que se convierte en triglicéridos, y que las acumulaciones de azúcar pueden ser causa de cáncer. Si no leemos, ¿como nos enteraremos de datos como éstos?

Así que la parábola del sembrador nos apunta en dos direcciones, la espiritualidad y la educación, para vivir una vida plena, dedicada al Señor. Y también lo que diría Jesús que tendremos para este mundo: "el ciento por uno."

1 comentario:

Raúl José dijo...

Es muy interesante el angulo de la educacion que le das a esta parabola. Nunca me habia puesto a pensarlo asi. Siempre que pienso en esta parabola me trae a la cabeza la metafora comun de la comida del alma. La Palabra de Dios y la oracion son los alimentos que necesita nuestra alma para crecer y desarrollarse. En el fondo es lo mismo: la educacion espiritual es esa comida que nos desarrolla el alma. =)