jueves, 20 de septiembre de 2007

Segundo misterio: La visitación (Lucas 1: 39-56)

La escena de María que visita a Isabel resulta conmovedora. Una adolescente se apresta a ayudar a su parienta mayor. Ya el ángel le ha dicho que Isabel está encinta, con seis meses de embarazo. Ese aviso le da a la Virgen esa seguridad de que para Dios nada es imposible. Si nos ponemos en su lugar, tendremos que admitir que eso es cierto. Dios puede hacer cualquier cosa. Ya en otros momentos de la Sagrada Escritura hemos podido palpar este tipo de milagro: Sarah, en el Génesis, la madre de Sansón en Jueces. Para la mujer judía la esterilidad constituía un signo de la indiferencia de Dios, por esa razón cuando Dios se presenta entre este grupo de mujeres, la señal de que han sido favorecidas sobresale. María ha sido más que favorecida, porque sin pedirlo le han concedido la maternidad más deseada. Es quizá esto lo que la mueve a visitar a su prima. Dios también la ha visitado y le ha concedido ese inmenso favor, a pesar de su edad.

Para Isabel, por otra parte, la visita de María resulta una bendición, porque el niño en su seno brinca de alegría y la madre se llena del Espíritu Santo. Nuevamente hace su entrada “la virtud del Altísimo.” Esta vez comunicada por la Virgen Santísima. ¿Nos hemos puesto a pensar cuánto bien nos hace dejar que María nos visite, como a Isabel? Su llegada es la señal de que el Espíritu de Dios nos acompañará. Isabel la reconoce inmediatamente como la “Madre de Mi Señor.” Y reconoce asimismo que no se merece ese honor: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” Estos personajes bíblicos nos enseñan sobremanera con esa actitud de humildad. La Virgen es la Madre del Señor, y que nos visite resulta un honor inmerecido. Muchas veces no tenemos imágenes de la Virgen por pudores falsos, por respeto a gente que no cree en Ella. Lo más importante es rendirle el honor que se merece, la veneración que se ganó con su obediencia, y en este caso con su caridad, porque ese acto de irse a pasar tres meses con una prima anciana resulta un acto de amor inmenso. ¿Por cuánto muchos jóvenes de hoy pasarían tres meses ayudando a una viejita que ahora está embarazada? En nuestros tiempos, el amor a los ancianos se ha perdido, y los relegamos a hogares de retiro. O si están en nuestras casas, los tratamos muchas veces como extraños, y no los hacemos sentir como en su casa. María entendió todo esto por su conexión indivisa con el Espíritu de Dios, por la oración y la meditación constante en la Palabra de Dios. Ese supremo acto de caridad con su prima conquista nuestro corazón. Por ese motivo, cuando Ella venga y entre en nuestro corazón, recibámosla como Isabel, recemos el Rosario, meditemos en su vida escondida, en las gracias y la gracia que la adornan, y finalmente, llamémosla bienaventurada, porque “el Señor hizo en Ella maravillas.” Gloria al Señor.

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