sábado, 19 de enero de 2008

Parábola del invitado sin vestido de fiesta (Mateo22, 11-14)

Como colofón de la parábola anterior, Jesús añade este pedazo final en el cual un invitado no tiene traje de fiesta. En nuestra realidad eso sonaría como un absurdo, dado que el Rey mandó a los empleados a traer a la gente de la calle, a los que estuvieran allí, los cuales no podrían estar vestidos para una fiesta pues no lo esperaban.
Este incidente tiene más bien que ver con los judíos, o más específicamente con los fariseos. El pueblo de Israel, según la Biblia, es el pueblo escogido de Dios. Es el pueblo que en un principio aceptó la llamada de un Dios único, en medio de pueblos politeístas. No obstante, ya desde el principio, los judíos dieron muestras de ser cabeciduros. Después de que Moisés los sacó de Egipto, se quejaban de las molestias del desierto, y hasta le pedían que los devolviera al cautiverio. Los seres humanos somos así. En La Francia del siglo XVII esto mismo le pasó a San Vicente de Paúl. Sacaba a los mendigos de las calles, les daba comida, refugio para pasar las noches de frío. Y si en algún momento la comida se tardaba, empezaban a tirarle a la cara que estaban mejor en la calle. Jesús les dice a los judíos en esta parábola que el Reino se les ha ofrecido, pero que si ellos lo rechazan, se lo darán al primero que pase y acepte la invitación. Y fue eso lo que pasó. Cuando los apóstoles predicaron, muchos judíos se convirtieron, pero la mayoría rechazó el mensaje del mesías. Entonces los apóstoles, especialmente el apóstol Pablo, les predicaron a los gentiles. Entre esos estamos nosotros, que no pertenecemos al pueblo judío.
Pero, ¿y queda algo más por decir? Claro, ¿qué significa ese vestido de fiesta? ¿Por qué el Rey nos pide estar vestido para la fiesta? En términos reales, cuando vamos a una fiesta nos ponemos nuestras mejores galas, o vestimenta especialmente diseñada para esa ocasión. Tratamos de vernos guapos, apropiados para el evento. A ninguno se nos ocurre, a menos que queramos hacer algún planteamiento importante, ir vestidos como mamarrachos. No queremos que nos miren como aves extrañas.
En la vida espiritual, el traje de fiesta implica en primera instancia esa aceptación de la invitación. Saber que en un momento dado de nuestras vidas, Dios se acerca y nos invita. Debemos estar pendientes a ver cuándo será eso. En segundo lugar, cuando aceptemos la invitación hay que examinar qué implica. Para qué estamos llamados. Cada uno de nosotros tiene dones que puede poner a trabajar para el prójimo. Tercero, informarnos de la vida del espíritu para empezar a practicarla: los diez mandamientos, los mandamientos de la iglesia, las obras de misericordia, la oración, la meditación, la penitencia, el sacrificio voluntario por el desagravio de Dios por los pecados. Poco a poco el vestido de luz se va poniendo en nuestro cuerpo. Todo esto tiene que hacerse con un espíritu de humildad y de obediencia a la ley de Dios.
Como dice la parábola, son muchos los llamados, y pocos los escogidos. Hay mucha gente que va a la Iglesia, que parece practicar la espiritualidad, pero que no lo hace. Son personas para las que la espiritualidad se confina a una hora el domingo. Esos son los llamados. Pero los escogidos son los que hacen la diferencia. Entre los apóstoles hubo llamados y escogidos. Judas fue uno de los llamados, pero no se dejo escoger, porque prefirió algo muy material, la política, y por eso vendió al Maestro. Quería que Jesús se convirtiera en un rey de este mundo. Como el Maestro no lo hizo, escogió ponérselo en bandeja de plata a los fariseos. Creo que el traje de fiesta, bien puesto, nos hará que seamos escogidos. Y entonces Jesús no tendrá que decir, "apártense de mí, malvados, al fuego eterno."

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