martes, 29 de enero de 2008

Parábolas del tesoro y la perla (Mateo 13: 44-46)

Es curioso cómo uno se convierte en millonario de la noche a la mañana. Durante estas dos semanas he recibido en mi buzón de correo electrónico más de cincuenta mensajes en los que se me notifica que me he ganado la lotería británica con premios de más de un millón de libras esterlinas. Más curioso resulta que quien lo envía y a quien uno tiene que contactar siempre es distinto. Mi sobrino, que trabaja en un banco, me dice que mucha gente se presenta allí a hacer giros bancarios para enviarlos a esta gente que dice que te hará rico en un dos por tres. Y es que los seres humanos siempre estamos a la caza de las riquezas. Lo realmente penoso es que para nosotros lo único que constituye un tesoro es el dinero o las posesiones materiales. En el Sermón de la Montaña, Cristo dice que donde esté tu tesoro allí estará tu corazón. ¿Dónde tenemos nuestro corazón?

En las parábolas de hoy Cristo nos aconseja dónde debe estar nuestro corazón. En el Reino de los Cielos. Es allí el lugar en el que debemos tener nuestras miras. Estos dos pequeños relatos nos dicen que cuando encontramos un tesoro, inmediatamente buscamos los medios de quedarnos con él. No nos detenemos a mirar cuánto nos costará, cuánto sacrificio tenemos que hacer para poder poseerlo. Cristo nos habla de un campo en el que alguien encuentra un tesoro y va y lo compra en el acto. También nos dice de un mercader de perlas que cuando encuentra una muy grande, va y hace lo mismo. En la película Blood Diamond, Leonardo Di Caprio encarna a un buscador de diamantes que casi literalmente pasa por el ojo de una aguja para poder encontrar un diamante súper valioso que sabe que ha encontrado uno de los trabajadores.

Pero el tesoro del Reino es por mucho más grande que todo esto. Cuando miramos a Cristo, y lo que hizo, podemos entender que la carencia en ninguno de los campos es la cualidad del Reino. Jesús curó a los enfermos que se le acercaron, perdonó a los pecadores que se arrepintieron, multiplicó los panes y le dijo a la gente que quien lo siguiera tendría aquí el ciento por uno y después la vida eterna. Si sabemos encontrar el reino, no tendremos problemas aunque los tengamos, pues no parecerán problemas. Salomón pidió a Dios la sabiduría, y sabemos que Dios lo recompensó con el intelecto más brillante de aquellos tiempos y en aquellas tierras. Pero eso no se quedó ahí porque Salomón fue rico y poderoso en aquel lugar y aquella época.

Acceder al reino de Dios tiene muchas coordenadas. En primera instancia debemos abrazar e cierto sentido el lugar del sufrimiento. Pero no el sufrimiento del dolor, sino el del sacrificio. No debemos atarnos a las riquezas del mundo, porque Jesús llama bienaventurados a los que no lo hacen. No debemos ser violentos, debemos saber llorar con los que lloran y consolarlos para que Dios nos consuele a nosotros. Asimismo tenemos que apoyar las causas justas y ser misericordiosos con los que lo necesitan. Por último debemos pensar bien de todo el mundo y ser buscadores de la paz. No caben en las bienaventuranzas de Jesús aquellos que apoyan la guerra, la pena de muerte, el prejuicio en todas sus formas. La tolerancia y el buen convivir son parte esencial del Reino de los Cielos. Isaías lo describe de forma utópica cuando dice que la oveja pastará con el león, y que de las armas harán implementos de agricultura.

En nuestra vida personal Cristo nos dice que oremos por nuestros enemigos y los amemos. Nos pide que hagamos limosna sin preguntar para qué quieren el dinero los mendigos o los pobres (“Al que te pide, dale.”). Nos insta a no ser hipócritas, a orar diariamente y ayunar cada cierto tiempo. Y como colofón nos dice que nos abandonemos en manos de la Providencia.

Ése es el tesoro que hallamos y por el que mucha gente deja literalmente el mundo y se abandona en manos de Dios. Así tenemos a la gente de vida consagrada, a las monjas y monjes de clausura, a los misioneros y misioneras en tierras del Tercer Mundo. Dios nos dará el ciento por uno como lo prometió Jesús, y no necesitaremos ganarnos la lotería británica.

1 comentario:

Raúl José dijo...

Me parece muy apropiado el comienzo de esta reflexion. Ese pequen~o parrafo es una buena metafora para la vida en nuestras sociedades capitalistas en las que valemos de acuerdo a lo que tenemos.

Es bien interesante, por demas, lo que estamos dispuestos a hacer por el aqui y el ahora y, sin embargo, muchas veces no estamos dispuestos a trabajar por lo verdaderamente trascendental.