miércoles, 23 de julio de 2008

Parábola de la mujer de Técoa (2 Samuel 14: 5-12)

Este cuento hay que ponerlo en perspectiva, pues la misma Escritura te da las claves para entenderlo. Absalón es uno de los hijos de David. Tiene su apostura, su popularidad, pero no posee el corazón dedicado a Dios de su padre. Su hermana Tamar fue violada por su otro hermano, Amnón (2 Samuel 13:1-20). Él, para vengarse, mató a Amnón, y entonces David comenzó a perseguirlo. Para conseguir el perdón del heredero, Joab, uno de los consejeros y lugartenientes guerreros del rey, mandó a esta mujer a contarle la parábola.

Vemos que Joab hizo lo mismo que Natán con David. El problema de David fue que el pecado que cometió con Betsabé lo persiguió por toda su vida. Ya le habían profetizado que a causa del pecado de adulterio y de asesinato contra Urías, la espada no se apartaría de su familia. También se le profetizó que alguien más se acostaría con sus esposas. Así mismo sucedió, y nada más y nada menos que su hijo Absalón fue quien lo traicionó con sus concubinas.

La lección de estos pasajes es muy clara. No importa que llevemos a nuestros hijos a la Iglesia, si no les damos el ejemplo, ellos harán lo que ven en nosotros. David fue adúltero, su avidez de placer lo llevó a cometer un pecado abominable ante los ojos de Dios, y las consecuencias de ese pecado afectaron a su familia. Las luchas de David se multiplicaron, y vio cómo todo lo que Natán le predijo se convirtió en realidad.

El pecado no sólo afecta a la persona que lo comete, sino asimismo a las personas que rodean al pecador. Por eso debemos pensar muy bien las cosas antes de cometer un pecado. En las dos veces que David se ha enfrentado a tomar decisiones que son en última instancia para él mismo, lo ha hecho bien. Eso significa que tenemos la capacidad de saber lo que está bien y lo que está mal. Y en muchos casos, o en casi todos, elegimos hacer el mal. Cuando la mujer le expone el caso de los dos hijos que tiene, el veredicto que le da David es el de proteger a ese hijo que resulta ser el heredero. La mujer le hace ver que su narración tiene que ver con lo que le pasa al rey con Absalón. A raíz de esto, David hace arreglos para perdonar a su hijo. Fue la misma acción que tomó con lo de Betsabé, el arrepentimiento. No obstante, Absalón no aprovechó esa oportunidad y se rebeló contra su padre.

Esto significa que no nos debe extrañar cuando un hijo no tiene ninguna consideración por sus padres, porque no la ha visto, ni se le ha enseñado a obedecer y a respetar su entorno familiar. David estaba muy ocupado con el gobierno, y no tenía tiempo para darles a sus hijos ejemplos de respeto y consideración. Tenía demasiadas mujeres, y eso hacía que los hijos vieran en él quizá a un hombre lujurioso, aunque esa fuera la norma cultural. En muchas instancias los jóvenes no entienden las tradiciones, las interpretan de forma literal. La poligamia, aunque aceptada en el Oriente, fue sancionada de alguna manera por Jesús cuando dijo que el hombre se uniría a su mujer y formaría con ella una sola carne. Esto citando al Génesis, donde Dios lo dice de manera muy específica. David abusó de su poder cuando decidió tomar a Betsabé. Llevó la tradición más allá de los límites, pues aunque se le permitía tener muchas mujeres, no era lícito tomar la de otro.

Hoy día vamos por el mundo de alguna forma como David. Descuidamos a nuestros hijos con la excusa de que hay que trabajar para subsistir. No siempre es para subsistir. En la mayoría de los casos trabajamos para poseer cosas, para darnos placer, no para subsistir. Y entonces el ejemplo que les damos a los jóvenes es que hay que tener cosas para ser alguien en la vida. Nos olvidamos de sus problemas, pero les damos dinero, comodidad, placer. No supervisamos sus amistades, porque ellos tienen derechos. El gobierno ha decidido sancionar a un padre o a una madre que corrige a sus hijos. Está bien que el estado vigile la seguridad de los niños, pero poner en la cárcel a un padre o a una madre porque le da una nalgada al hijo en forma de castigo es absurdo. De esa manera, los hijos hoy día saben que sus padres no los pueden castigar porque Servicios Sociales los mete presos.

La violencia no es forma de castigar a los muchachos, pero sí la disciplina. Un joven hace algo que no debe hacer, y muchos padres los amonestan, y ahí acabó el problema. Cuando era jovencito, estaba corriendo mientras jugaba con unos amigos. Pasé por el lado de un edificio y una piedra me dio un ojo, y casi me lo saca de lugar. Se me hinchó tanto que no veía por él. Quien había tirado la piedra era uno de mis vecinos, para abrirle la cabeza en dos a otro que le había hecho algo. Mi mamá fue a decírselo a su mamá, y ella, desde el balcón, con la más grande displicencia, le dijo al hijo, "te he dicho que no tires piedras." El muchacho dijo, "está bien," y siguió jugando. No estoy hablando de un niño de cinco años. Este muchacho tenía 14 años. Yo tenía ocho. Está de más decirles que este joven salió ser un delincuente que pasó muchos años en la cárcel, por drogas, y hasta por un asesinato que cometió.

Cuando nuestros hijos cometen actos reprobables, el castigo debe ser equivalente. Mi hijo hablaba mucho en la escuela. Y un día me llamaron para darme la queja. Le dije que por eso no iría a alquilar películas por dos semanas, ni juegos de video. Eso le dolió mucho porque le encanta el cine. No volvió a hablar más en las clases.

David vio la espada en su casa porque no dio el ejemplo a sus hijos. Los descuidó, y también pecó. Tengamos en cuenta que el pecado tiene sus consecuencias y se forma alrededor de aquello que tanto queremos. Pidamos a Dios cada día que nos libre de caer en tentaciones.

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