jueves, 31 de enero de 2008

Parábola de la red (Mateo 13: 47-52)

En la sociedad tenemos que vivir con toda clase de gente: buena, buenísima, santa; pero también con gente que según nuestros estándares no es tan buena ni tan santa. Evidentemente, la Biblia tiene otra manera de ver las cosas. Jesús tiene otra perspectiva de la vida que nosotros a veces no entendemos. Cuando nos dice que amemos a nuestro prójimo no lo dice por decirlo. Esa acción se convierte en la levadura para una sociedad más productiva, más pacífica, más espiritual. Los seres humanos poseemos emociones que en algunas circunstancias no nos permiten funcionar adecuadamente. Le damos paso al ego en esos momentos y nos tornamos en personas intolerantes, prejuiciadas, tontas en cierto sentido de la palabra. Más que eso, en ignorantes. La parábola de la red nos instruye en esa dirección. Dios incluye a todo el mundo en su plan de salvación. No hay excepciones, aunque las queramos. Nuestras emociones nos dictan juicios tan fatuos como “ya quisiera yo que supieras lo que es amar a Dios,” “Yo sé de gente que necesita mucho oír estas parábolas para que aprendan.” Somos nosotros los que necesitamos. Salvarnos es algo personal, pero no nos salvamos solos.

¿Por qué hay cierta gente que nos molesta? Nos molesta la gente ignorante, arrogante, descreída, jactanciosa, hipócrita, malvada, pilla, corrupta. Lo que nos pasa ciertamente es que no nos damos cuenta de que somos así mismo en muchas ocasiones. A lo mejor lo que nos saca de paso es que nos vemos retratados/as en esa gente. Y eso duele, disgusta. En la meditación anterior dije que una de las cosas que nos pide Cristo es pensar bien de todo el mundo. ¡Tamaña tarea que nos ha dado el Redentor! Pensar bien de todo el mundo. ¿Y eso como se hace? Yo sinceramente no sé. Pero se me ocurren algunas cosas para tratarlo por lo menos. La primera es ser empático. Ponernos en los zapatos de la otra persona. ¿Por qué fulano piensa así? ¿Por qué no piensa como yo? Y buscar sinceramente razones para que ese otro ser humano tenga una perspectiva distinta a la mía. No es mejor ni peor, sólo distinta. Otra manera es tratar de conocer a la persona. ¿Qué trasfondo tiene una persona para que piense distinto a mí? ¿Qué coordenadas de la vida le ha tocado vivir que lo hacen diferente? En infinidad de situaciones, los seres humanos actuamos de una forma porque es la única que hemos vivido. No sabemos ejecutar de otra manera. Si vivimos en violencia, seremos violentos. Si vivimos descuidados del reconocimiento, lo buscaremos a toda costa. Si vivimos sin amor, podemos llegar a ser promiscuos buscando afecto en la primera persona que se nos acerque. Si los que nos crían son hipócritas y lo vemos a diario, convertimos esa actitud en nuestra norma de vida.

Es por esta razón que Cristo nos insta a amar a nuestros enemigos. Nos dice, como en esta parábola, que el sol sale para buenos y malos, justos e injustos. Dios no hace distinciones. Cuando actuamos así, nuestra chispa divina se activa. Desde ese punto de vista podemos entender cabalmente la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo. Todos estamos unidos, somos parte de esa divinidad. Así que a nuestro prójimo lo debemos concebir como un reflejo de esa misma impronta divina. Cada vez que odiamos, que deseamos mal a alguien, de alguna manera lo deseamos para nosotros mismos. Cada vez que queremos perjudicar a una persona, el odio se convierte en nuestro verdugo. Una de las imágenes más poderosas que he recibido en mi vida sobre el infierno, se la leí a Santa Teresa en uno de sus libros. Decía ella que las almas condenadas lo único que hacían era odiar. Me di cuenta inmediatamente de lo que ella quería decir. Odiar es simplemente lo peor que puede hacer un ser humano. Tanto es así que algunos médicos afirman que esa emoción puede causarnos cáncer si la sostenemos por mucho tiempo.

Esta parábola nos insta a ver en todos los seres humanos a Dios. No importa lo mal que nos caiga, no importan las características negativas que ellos/as tengan, es probable que otros/as las vean en nosotros también. Estamos en esa red con mucha gente. Lo menos que podemos hacer es manifestarnos solidarios, orar porque nos entendamos. Orar asimismo por cambiar nuestro interior y aceptar a la gente como es, sin tratar de cambiarla. Cuando tengamos rencor o aversión a una persona, una buena manera de ir sanando esa emoción negativa es verla en tu mente e iluminarla con la luz de Dios. Si es una violenta o iracunda, verla sonriente (porque seguramente en muchos momentos de su vida lo hará); si es arrogante, perdonar su arrogancia sabiendo que a lo mejor ha carecido de reconocimiento (y que a nosotros también nos agrada que nos reconozcan.) Si cambiamos nuestros pensamientos en ese sentido, el milagro se manifestará. No en ellos, ellos seguirán siendo como son, sino en nosotros, que habremos cambiado nuestra manera de verlos.

Finalmente, veamos qué lecciones de vida nos dan las otras personas. Todo el mundo tiene virtudes. ¿Cuáles son? Enfoquemos nuestra mira en eso. Y ya creo que podremos caber en la red sin dar codazos y empujones .

2 comentarios:

Unknown dijo...

uauuu!!! Esta realmente fabulosa esta publicación, y verdaderamente llena de verdad. Me tocó de cerca, porque lo que me falta a veces es tolerancia. Además tengo una ovejita, que le cuesta perdonar, y me servirán un montón algunos pasajes es esta publicación. ¡Muchas bendiciones!!!

Profesor dijo...

Hola, Fenix:

Muchas gracias por tu comentario, que me motiva a seguir escribiendo. Ojala encuentres en estas meditaciones formas de mejorar en tu vida espiritual. Es mi deseo mas ferviente. Que Dios te bendiga a ti tambien.