martes, 21 de abril de 2009

Bienaventurados los que sin haber visto han creído (Juan 20:29)

Este es parte del mensaje del Segundo Domingo de Pascua. Se da en el contexto que tod@s conocemos. Tomás no ha creído que el Maestro ha resucitado. Nos preguntamos por qué le pasaría esto, si vio a Jesús resucitar al Hijo de la viuda de Naím, a la hija de Jairo y finalmente vio el más grandioso milagro, resucitar a Lázaro. Pero, ¿tendríamos nosotr@s la misma fe? ¿Tendríamos la fe como un granito de mostaza de la que habla Cristo mismo?

Lean esta historia. Se la oí al padre Cohen, quien celebraba la misa en EWTN, hace como quince años. No recuerdo los nombres, solo sé que la historia me impactó tanto que nunca la he olvidado. Él dice que la leyó en un libro escrito por un sacerdote de Kansas. En 1929 nace este bebé, en una ciudad de Kansas. La enfermera a cargo de la guardería de niños y niñas en el hospital hace su ronda y les echa unas gotitas en los ojos a los bebés. Cuando regresa una hora después para vigilar que todo esté bien, nota que uno de los bebés tiene los ojos hinchados, rojos y completamente cerrados. Va al botiquín donde guarda las medicinas y se da cuenta de que en lugar de nitrato de plata al 1% les ha echado nitrato de plata al 50%. Sale corriendo a buscar al doctor. Cuando este llega, se agarra la cabeza y dice: “Habrá que criarlo como un no vidente.” Debido al corre-corre que se forma en el hospital, bajan las Hermanas de la Caridad que regenteaban la institución hospitalaria. La Madre Superiora habla con el médico y le pregunta qué se puede hacer. Curiosamente, el médico cambia su planteamiento: “Esperar un milagro, madre.” La madre le contesta: “Si eso es lo que se necesita, eso habrá.” Rápidamente llama a la congregación. Les dice a las religiosas: “Este niñito tiene una condición en los ojos causada por un descuido de la enfermera. Necesita un milagro para curarse. Vamos a la capilla, y no saldremos de allí, de delante del Señor, hasta que se cure.” A la sazón eran las 2:00 de la madrugada. Las monjas estuvieron orando sin parar en el Santísimo. A las 7:30 de la mañana viene una enfermera y le dice a la Madre Superiora: “La inflamación ha cedido, el niño mejorará.” Quien escribe el libro, es el niño ya crecido, hecho sacerdote, porque vio cómo Dios lo mejoró y decidió dedicarle su vida.

¿Es esa la fe nuestra? ¿Pedimos así al Señor? Que el Jesús milagroso aumente nuestra fe en su poder, y que nos conceda ayudar a nuestro prójimo con nuestra oración confiada.

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