jueves, 16 de abril de 2009

Jesús se presenta a sus apóstoles (Lucas 24:35-48)

Otra de las apariciones de Cristo a sus apóstoles esta semana. Como estamos en la octava de Pascua, las Escrituras nos muestran las diversas apariciones que Cristo tuvo ante sus apóstoles. Cada una engendra una enseñanza distinta. La de hoy se centra mayormente en decirles a sus discípulos que todo esto tenía que pasar, y enviarlos en una misión. Además muestra un rasgo especial de la resurrección.

Los discípulos de Emaús se presentan a contar a los demás su experiencia con el Resucitado. Y dice el texto que mientras estaban allí se les presentó Jesús en medio de ellos. Su saludo es el de la paz: "La paz está con ustedes." Volvemos a lo de ayer. Es el saludo que nos dan en la misa. Cristo nos desea la paz cada vez que compartimos su pan. La paz de Cristo no es la paz que nosotros buscamos para el mundo. Es una paz que emana del interior. Es una paz espiritual. Y en la Escritura, la paz siempre se invoca para calmar a la gente de sus miedos. O se desea para una casa completa (véase Gen. 43:32, Jueces 6:23, 1Samuel 25:6, 1Crónicas 12:18, Gálatas 6:16). El mundo busca la paz que se opone a la violencia, porque muchas veces no conoce nada más. No obstante, buscar la paz que nos da Jesucristo es mucho más importante. Cristo nos da la paz porque nos promete estar siempre con nosotros, no importa en la situación que nos encontremos. Nos da la paz porque provee para nuestras necesidades (la multiplicación de los panes), porque es omnipotente (Mt 28:18). Por eso su paz es distinta. Los apóstoles recibieron la gracia inconfundible de que Él en persona se la comunicó.

A renglón seguido los saca de sus dudas. Les dice que un espíritu no tiene carne y huesos como Él tiene. La resurrección de Cristo fue real. No fue en espíritu, como pretenden decirnos algunas personas confundidas. Para verificar aún más, les pide de comer y come con ellos. ¿Puede comer un espíritu?

Y sigue sacándolos de sus dudas cuando les aclara nuevamente todo lo referente a Él en las escrituras. Dice el texto que les abrió el entendimiento para que comprendieran las profecías. Algo que muchas veces no hacemos es pedir a Dios luz para nuestra mente. No le pedimos que nos abra a la comprensión de sus misterios. El propio Cristo lo hará si se lo pedimos con fe en la oración. Basta ver cómo la gente le pedía fe y Él siempre concedía lo que la gente buscaba. Preguntémonos: ¿Por qué siempre creo que lo sé todo y no busco la ayuda de Dios en mis problemas intelectuales? ¿Pienso que Dios no sabe lo que me preocupa, que no me puede ayudar? Todo problema tiene una solución espiritual, eso lo he comprobado a lo largo de toda mi vida en la Iglesia. Lo importante es reconocerlo y decirle a Dios que nos apoye.

Finalmente les dice que los hace parte de la redención del mundo, por su misión de predicar la Buena Nueva a todas las naciones, para que se les perdonen sus pecados. Nuestra misión, como la de los apóstoles, es dar a conocer a Cristo, su palabra, su obra. Es considerar sagrado lo que él consideró sagrado, el servicio a los demás. Es humillarnos por el Reino de los Cielos, para asegurar nuestro tesoro en lo alto. Leer su palabra cada día y poner en práctica lo que ella nos indica es un paso gigantesco hacia la salvación. Que el Dios que nos trajo la salvación nos conceda la gracia inmensa de su paz y nos sustente a la hora de poner por obra su palabra por amor del prójimo.

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