lunes, 15 de octubre de 2007

Primer misterio doloroso: La agonía de Jesús en el huerto (Mateo 26:36-46)

Éste es el misterio en el que Jesús, por primera y única vez, flaquea. Lo vemos angustiarse ante ese final que se acerca. Dice la escritura que de la misma manera que en la transfiguración, se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan. Les pidió que se quedaran con él, velaran y oraran. Ése es el principio de nuestras vigilias. Velar y orar, sobre todo, como dice Jesús, para no caer en la tentación. Para nosotros, parece ser una tarea muy difícil. Nos dormimos, nos cansamos. Lo mismo les pasó a los apóstoles. Cristo los amonesta y les pregunta: ¿No han podido velar una hora conmigo?

En un sinnúmero de ocasiones, nos pasamos una noche entera viendo televisión, o nos vamos de fiesta y regresamos en la madrugada. Cuando la adrenalina está así de alta, no nos da sueño. Sin embargo, cuando vamos a una vigilia de oración, nos quedamos dormidos de una. Recuerdo hace mucho tiempo cuando hacíamos retiros, de jóvenes. Como nos quedábamos hasta tarde en las conferencias, la mitad de los participantes se dormían en medio de las conferencias de la noche. Pero cuando se iban a los dormitorios, la conversación no paraba hasta las 2:00 o las 3:00 de la madrugada. ¿Por qué somos tan perezosos para las cosas de Dios? ¿Por qué el sueño es solamente cuando necesitamos hablar con el Señor?

Cristo le pide al Padre que si se puede, no deje que pase este sufrimiento de morir en la cruz. Se lo pide por tres veces, “diciendo aún las mismas palabras.” ¿Qué es el sufrimiento, y para qué sirve? Siempre pensamos que sufrir es gratuito. Cristo sufrió por nuestros pecados. Así que el Dios de la Gloria, que se encarnó para salvarnos, no escapó del sufrimiento. San Pablo dice que terminamos en nosotros los sufrimientos o la pasión de Cristo. Esto significa que cuando Dios permite que suframos resulta conveniente para algún o algunos seres humanos. Por eso no existe para la Iglesia la eutanasia, porque no sabemos para qué ha designado Dios ese sufrimiento por el que pasa esa persona en ese momento. Cuando quitamos la vida a un ser humano por esa razón quizá estemos obstaculizando el proceso de salvar un alma o aplacar los sufrimientos eternos de otras. Una práctica saludable espiritualmente se traduce en que cada vez que suframos algún revés en nuestra vida, lo apliquemos por alguna noble causa. San Luis María Grignon de Montfort le decía a la Virgen que usara sus sufrimientos para lo que Ella los necesitara. Así, poco a poco, iremos entendiendo los diversos malestares que nos aquejan. Si Cristo no se pudo salvar de ese sufrimiento mayor, de esa gran humillación, par salvarnos, creo que podemos sufrir con alegría o sin disturbios emocionales aquellas situaciones en las que pasamos algún mal de este mundo. Job es un magnífico ejemplo de lo que le sucede a la gente que decide andar con el Señor.

Lo importante es que Cristo le dice al Padre que se haga su voluntad. No sabemos cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Es menester pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine cada día para saber qué Dios quiere de nosotros. Por el momento nos puede bastar el consejo que les dio una monja a mis estudiantes de décimo grado hace más o menos 24 años: “Hacer la voluntad de Dios es hacer lo que tienes que hacer cuando lo tienes que hacer.” Miremos nuestra vida, ¿qué es lo que nos toca hacer? Hagámoslo con amor, con honestidad, con disciplina. Haciendo esto evitaremos que llegue el que va a entregar al Señor.

No hay comentarios: