miércoles, 10 de octubre de 2007

Tercer misterio luminoso: La predicación del Reino y la llamada a la conversión (Mc 1:15; 2:3-13)

De todos los misterios del Rosario, éste se erige como uno de los más abstractos. No se parece en estructura ni temática a los otros que hemos visto. Cristo, aquí, nos invita a convertirnos: “…el Reino de Dios está cerca; arrepentíos y creed en el Evangelio.” Es una llamada sencilla, pero que nos dice mucho. Ya en otro momento, Jesús nos ha explicado que su seguimiento consiste en negarse a uno mismo. Lo que implicaría andar en el espíritu. También nos ha dicho que el Reino de Dios está dentro de nosotros. La buena nueva consiste en saber que somos salvos por la misericordia de Dios y el sacrificio de Nuestro Señor.

En un segundo evangelio asociado a éste, se nos cuenta de la curación del paralítico. Unos hombres han traído a un enfermo para que Jesús lo cure, y lo bajan por el techo, porque hay demasiada gente oyendo al Maestro. Cristo, al ver la fe de sus amigos, le perdona al hombre sus pecados. Ante la duda de los fariseos de si Él puede perdonar pecados, entonces Jesús lo manda a levantarse y a llevarse su camilla. Si examinamos de cerca este pasaje, encontraremos que las señales de que el reino está cerca, se encuentran presentes ahí. En principio, una señal auténtica de que tenemos en Reino entre nosotros es la fe. Cada día vemos cómo más y más personas buscan de Dios. Nuestras vidas están vacías si no tenemos al Creador junto a nosotros. Practicar la fe cada día de nuestras vidas se hace imperioso para traer el Reino a nuestra existencia. Lo hacemos cada vez más íntimo si confiamos plenamente en Dios. La segunda señal es el perdón de los pecados. Para los fariseos y los demás judíos que seguían la Ley, el perdón de los pecados radicaba en una serie de prácticas rituales: sacrificios cruentos de animales, o sacrificios personales que estaban prescritos en la Torah. Para los cristianos basta el sacramento de la reconciliación, el arrepentimiento, porque Jesús se llevó el resto con su sacrificio cruento en la cruz, y eliminó esa práctica. La penitencia que se nos impone en la confesión es simbólica, en tanto y en cuanto no es sólo eso lo que conlleva el sanarte del pecado. Para que el pecado no afecte nuestra vida debemos arrepentirnos y proponernos efectivamente no pecar más. Salir de la confesión con la determinación de seguir haciendo lo que hacemos nos garantiza la infelicidad y el infierno. Cristo mandaba a la gente a no pecar más después de curarlos, o después de perdonar alguno de sus pecados. Y por último, Cristo es el maestro. Los profetas decían que en los últimos tiempos nos dejaríamos enseñar por el mismo Dios. Ahí está la prueba. El Dios encarnado es quien nos dirige en nuestro caminar espiritual.

Para lograr que ese Reino venga a nosotros, como reza el Padrenuestro, debemos mostrar fe, arrepentirnos de nuestros pecados, convertirnos y dejar que Jesús entre en nuestras almas con su predicación de amor a Dios y a nuestro prójimo.

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